domingo, 6 de mayo de 2012

Carlos Edmundo de Ory: No leer, peligro de vida

No leer, peligro de vida ¿Cómo nos comprometemos hoy? Teniendo coherencia. Nietzsche, El ocaso de los ídolos De un sospechoso Brillaba la luna. Le fue instintivo arrojar su cuerpo a la intemperie. Subiendo y bajando cerros. A veces, se agacha. En ocasiones desaparece. Árboles allí. Todo es penumbra en los matorrales. La noche siempre ha sido su escuela. Poder sentirse completamente solo, respirando aire puro. Había una garita a una cierta distancia. La tranquilidad fue violada por un disparo. ¡Alto ahí! ¿Quién va?... Caminar no de puntillas no es lo suyo. No tiene oídos para la salva. Ahora avanza hacia los confines, cuyos nexos vibran todos armoniosamente. Ni sintió la presencia del centinela. Con grandes gestos de loco se perdió en la noche. Extraños perfiles corrían a la zaga del fugitivo. Esfuerzo vano. Militares continúan al acecho. Ya se discute la procedencia y el presunto rumbo. Ya se toman precauciones. Tipos de la misma calaña acaso merodean. La línea está vigilada. Una red de soldados sobre la base de 24 horas por día, equipada de radares, telescopios, cámaras de perseguimiento, radioteléfonos portátiles y otros instrumentos. ¿Por qué no se le detuvo a tiempo? Severas instrucciones a la ronda. Cambios de consigna. Alguien dijo que era la sombra de un pájaro grande. En realidad ia bostezando. No llevaba pasaporte ni documento nacional de identidad. Nadie supo (el capitán tampoco) si se trataba de un sujeto peligroso. Hubiera podido ser gente bien. Un segador de una fiesta. ¡No! Hay alambradas a lo largo del puesto fronterizo. Atalayas. Siguen mirando todas las direcciones. Buscan terroristas. Miriadas de terroristas tránsfugas se esconden en el maquis. Son fabricados en hornos ocultos. De la palabra poeta Los burgueses tildan a los poetas de lunáticos. Es la mofa clásica. Sucesivamente, las recriminaciones toman forma de vocablos y epítetos en magistrales variantes. Abrimos un diccionario y leemos: poeta. m. El que hace versos. (¿Un simple versificador?) Buscamos después a verso, y nos encontramos con esto: Palabra o conjunto de palabras sujetas a cierta medida y cadencia (y lo contrario de prosa). Estamos entendidos. Aunque, de paso, echamos un ojo a la palabra poesía. Inútil saber la verdad. Cerramos el Casares y lo metemos en el frigorífico. Como la palabra latina poeta viene de poesis y deriva del griego poiein, se olvidó el significado exacto de la lejana etimología egea, que definió el poeta, la palabra poeta como siendo aquel que hace. Es decir, que crea o que cría. En suma: creador. Y esta peculiaridad del genus homo, convierte a uno en genius. Prodigio de prodigalidad. Se vio en su modelo el dilapidador de la grandeza y el gran destino. Tuvo su época en los tiempos románticos. Hoy ya se le ha llegado a desmitificar. Oí a un médico francés, el doctor Tomatis que pronunciaba una conferencia sobre la creatividad de los niños, y parando mientes en los artistas, dijo esto: “Nadie es genial. No existe ningún genio”. Explicó, a continuación, que hay solamente personas que sienten y otras personas capaces de traducir. La fuente, después de todo, reside en el universo. Captar ondas universales es lo que hacen algunos, y pueden recibirlas los demás. Tuvo un ejemplo divertido: “No hay que cometer el error que cometería un transistor que se golpease el pecho diciendo: “Soy Radio París”. Lo conduciríais en seguida al siquiatra...”. También somos, a veces, transistores de percepción. Pero hay que enchufar primero. De dos clases de tías Criaturas hambrientas, metidas en sus cuartos, con ganas de ulular como lobos. Así va la muchachada. Las versiones más grotescas asaltan a uno cuando piensa en su destino. Basta recordar, aunque sólo sea, aquel párrafo aleccionador que leímos un día: “Supongamos que alguien escribe un poema, esto es ser creativo en nuestro nivel. Instantáneamente una nube de langostas, tías y tíos, dice: “Si este niño se inclina por el trabajo creador, hay que destruirlo. Debemos poner fin a esta insensatez”. Si este niño tiene una tía buena que se da cuenta que ha hecho algo más que lo que comúnmente hace su familia, esta tía es preservadora”. Hasta el momento no se pudo saber si hubo excepciones a la regla. No quitan ojo de encima del perezoso vástago. Por miedo a las fugas cuando explota. Se va a los montes. Se va a la playa incluso en invierno. Se va. O si no es así, pues se queda todo el día en la cama. ¿Qué se ha creído? Como si tuviera en la frente el letrero que reza: Lo mío es el sagrado deber del ocio. Además, los libros que lee tienen las líneas irregulares. Debería levantarse y trabajar. He aquí que la tía hipotética interviene:-Algo estará gestándose en su espíritu. (Al oírla el muchacho sonríe con una ternura infinita.) se sienta en la cama, el rostro pálido, y murmura: “He leído en el diario de Emerson que cuando estaba en Saint Augustine se pasaba horas en la playa dándole a una naranja con un bastón de paseo”. (Van Wyck Brooks, Las opiniones de Oliver Allston). De Nazim Hikmet hace poco leí las cartas que escribió en la prisión, presentadas por Abidine Dino. Es, verdaderamente, un poeta universal. Luchó y amó como nadie. Era hijo de la libertad, aunque pasó media vida en la cárcel y en el exilio. Sufrió por su pueblo. Se inquietaba de continuo por los camaradas y todos los doloridos del mundo. La futura cosecha de jóvenes creadores era su preocupación diaria. Cartas desbordantes de generosidad. Tiene entre ceja y ceja el ideal del arte como una aventura colectiva. De ahí arranca su concepción poética. Su influencia es inmensa. Jóvenes turcos someten a su magisterio novelas y poemas. Con frecuencia se vuelca en vítores de entusiasmo, empleando el “elogio hiperbólico”, a guisa de “método pedagógico”. Se nos advierte, por otra parte, del hecho normal, al menos en Oriente, de “esta forma excesiva de estímulo”. A pesar de sus méritos, conlleva ciertos inconvenientes. A saber: la posibilidad de un mentís ulterior. Saltar de la alegría desmesurada a la visa del menor signo de talento, supone un optimismo increible. Ayudar y dar a conocer contra viento y marea a compañeros de prisión que crean, ese es su propósito. ¿Acaso la fraternidad apasionada no justifica “estas manifestaciones de indulgencia extrema”? Homenaje le sea rendido al idealista sincero y esperanzado. De mí Más allá de todo justiprecio, de toda crítica pedantesca, reconocemos la primacía de la complicidad. Un mismo impulso colectivo crea una normal fraternidad activa y coreuta de todo lo que entra en su juego. Por mor de la simpatía se llega a una concientización mayor de la urgencia real de uniones para la transformación meliorativa del mundo en el que estamos. No hay liderato ni tutor espiritual, sino el avalúo favorable de lo semejante en sus niveles constitutivos. No sólo damos crédito a la adolescentización del pensamiento, y a la lactancia del pensamiento, cuando obran plenamente, sino que nos oponemos a su desmadre. Jamás obstruir la marginación, bajo ningún pretexto. Sentirse hijos de la misma locura, realiza a maravilla el consensus omnium. Un tal egrégores irradia la simpatía recíproca de los participantes. ¿Qué decir de mí? Si no que fui lector sedente de algunos poetas ubicados en Barcelona, y que se reúnen en libro colectivo. Tengo que serlo, no ya sólo por deseo de ellos, mas por mi misma afición y búsqueda. Me presto a la tarea con evidente alegría. Ellos mi inspiran parábolas. Me acuerdo de mis veinte años, encerrado en mi cuarto escribiendo poemas que nadie leía. ¡Qué importaba eso! Si yo, en cambio, tenía oídos para escucharme a mí, rodeado de respetuoso silencio. De la sociedad jerarquizada Hace tiempo que aprendimos la elegancia de decir NO. Impedir que el statu quo cristalice nuestras substancias. De este modo creció en nosotros la cultura rebelde. Hasta el más cortés gesto de intimación fallaba en sus tentativas. Nos hacía recular la estrategia blanda de la mano sobre el hombro y los pellizcos en la mejilla. Mudos revelamos nuestra repugnancia hacia los bellos modos paternalistas. De ahí el abismo que nos separa de la Kultur oficial, dogmática y utilitarista. Combatir los ajustes y sujeciones perpetrados por los monopolios de la conciencia, nos condujo pronto a sumarnos a los rompefilas de la contracultura. En los grupos y movimientos de expresión libre, encontramos albergue y solaz. Y si los bajos fondos literarios nos infunden respeto es porque el delincuente artístico carece de existencia legal. Los que vivimos fantaseando “otra vida”, confesamos nuestro fervor al nexo de la Gran Negación, congregando entidades colectivas del orden de la emoción y de la sensibilidad. Una religio del “ser viviente”, en tanto que tal, el hombre por entero, frente al enigma, tras valores humanos que contradigan la ilusión de óptica de las realidades definidas. Lejos del teatro de la decadencia y de sus comediantes, prestamos oídos a todos los anuncios de un nuevo ethos. De la hegemonía cultural Se oye decir a menudo que la poesía no se vende. Lo afirman los propios editores que la prohijan. Y de ello se conduelen en presencia de los muchos solicitadores. Sin embargo, colecciones de poesía muestran sus pastas flamantes en las librerías. Normalmente, una profusión de analectas liquida sus stocks, gracias a la buena clientela. En el consumo cultural no sólo medra la planta antológica. Prudentemente apilados sobre anaqueles, docenas de ejemplares de autor consagrado, ven disminuir su volumen. Así, los víveres que-no-se-venden abren el apetito incomprensiblemente. No necesitan del “boom” prefabricado. Los mass media garantizan. Todos los premionobel son alucinógenos de la cultura oficial. El último laureado, antes ignoto, se convierte en sabroso mordisco, aunque en sus años oscuros haya sido friegaplatos. De súbito, tenemos “best-sellers” de poesía. En el otro extremo, fuera ya del circuito comercial y de la crítica beata, se encuentran los parias literarios. La inmensa mayoría jóvenes. Esta especie desconocida por anónima, un buen día, se echa a la calle por su cuenta y riesgo. Sacan sus libros después de rascarse el bolsillo. De los parias creativos Su combatividad resuelve, tarde o temprano, las ansias de vuelo. Se hacen visibles, sin rebozo. Brotan desde la niebla de los bajos fondos creadores. Es ahí donde pulula la raza maldita de la sensibilidad. Tan sólo unos pocos explotan en libre albedrío de vida, lanzándose a la intemperie. Aquellos que restan callados en sus guaridas, tampoco sucumben a la somnolencia. Al contrario, sus brutales silencios arropan actividades secretas. Licenciados voluntarios de a sociedad alienante, consagran sus horas a las visiones. Su soledad -morbo o droga- está poblada de infiernos y de paraísos personales. Son los espacios inviolados donde poder sufrir o gozar a gusto sin testigos. Individuos aislados, la fuerza de sus obsesiones les apartó de la grey. Sucer la substantifique moell. Angustias, nostalgias, complejos de Alicia, acaban configurando un orbe auténtico. Sangre y ninfas invertidas en hecho oculto. Ni tan siquiera se dan cuenta de la levadura que secretan. Con verdad pudo decir de ellos Nathalie Sarraute, que sus obras apuntan a un porvenir de emancipación y progreso. Porque estos productivos solitarios “buscan liberarse de todo lo que es impuesto, convencional y muerto, para orientarse hacia lo que es libre, sincero y vivo” (L' Ère du soupçon). ¿Cómo localizarlos en las urbes moribundas a fin de compartir con ellos lágrimas y risas? Carlos Edmundo de Ory Amiens, octubre de 1978

viernes, 4 de mayo de 2012

Del blog de Iliana Vargas sobre Guadalupe Dueñas: Para no perder el nombre

Para no perder el nombre: Guadalupe Dueñas El siguiente texto es una presentación que debía publicarse en una plaquette/homenaje a Guadalupe Dueñas; sin embargo, por no cumplir con los tonos institucionales, no se incluyó. Comparto también un breve texto que en su momento apareció publicado en la Revista de Bellas Artes, en el que, de manera soslayada pero ácida, la autora hace una reflexión crítica y atinada sobre el entreguismo de ciertos escritores. Guadalupe Dueñas fue narradora, guionista de telenovelas, ensayista y colaboradora de algunas revistas literarias, particularmente de Ábside, la primera en publicar uno de los textos que conformaría, en 1954, Las ratas y otros cuentos, plaquette con la que se daría a conocer como narradora de una visión muy particular, “extraña” para la mayoría de sus contemporáneos. A partir de ese momento, Guadalupe Dueñas empezó a vislumbrar un universo poco explorado por otros escritores de la literatura mexicana contemporánea, específicamente de mediados del siglo XX: los temas tratados por esta autora abrevan del humor negro, la ironía, la crítica incisiva, el horror y elementos muy particulares de la literatura fantástica, sobre todo, la trasgresión de lo sobrenatural a través de animales o personajes con los que se convive a diario pero que no suelen tenerse en cuenta o a la vista. Dueñas construyó su propio panorama creativo a la par de otros proyectos curiosamente relacionados con la labor literaria: bajo la producción de Ernesto Alonso, realizó cerca de 50 guiones para telenovelas; entre las consideradas de “mayor rating” se encuentran Leyendas de México (1968); Carlota y Maximiliano (1965); La máscara del ángel (1964); y Las momias de Guanajuato (1962), esta última basada en el cuento “Guía de la muerte” de la propia Guadalupe Dueñas y en cuya adaptación trabajó a lado de Inés Arredondo, Vicente Leñero y Miguel Sabido como co-guionistas. “Guía de la muerte” había sido publicado en 1958 como parte de Tiene la noche un árbol, con el cual obtuvo el Premio José María Vigil 1959. Poco después, entre 1961 y 1962, fue becaria del Centro Mexicano de Escritores; sin embargo, transcurrieron catorce años para que apareciera su siguiente libro, No moriré del todo (1972), en el que los tonos irónicos y la atracción por lo insólito, lo terrible y una introspección angustiante determinaron la voz narrativa de la autora. Esta fuerza en su escritura se vio enriquecida años después por la explotación de lo atmosférico en los cuentos que conformarían su último libro publicado, esta vez casi veinte años después que el anterior, y en cuyo título se adivina una sentencia: Antes del silencio, donde se hace presente más que en los libros anteriores, el espíritu lírico de Guadalupe Dueñas trasladado a una prosa pululante de imágenes oníricas, apariciones, juegos en donde es difícil determinar el umbral que se cierra cuando el sueño acaba. Además de su obra narrativa, Guadalupe Dueñas escribió una serie de breves ensayos dedicados a diversos personajes de la vida cultural en México. Se trata del libro Imaginaciones, que, como el título afirma, es eso, un ejercicio a la manera de Vidas imaginarias de Marcel Schowb, en este caso basado en algunos rasgos característicos de autores que interesaban a Dueñas. La única antología en la que participó fue Pasos en la escalera. La extraña visita. Girándula, un libro colectivo publicado por Porrúa en 1972, donde se proponía el desarrollo de tres cuentos con los mismos títulos por parte de las autoras incluidas: Carmen Andrade, Beatriz Castillo, Guadalupe Dueñas, Margarita López Portillo, Mercedes Manero, Ángeles Mendieta y Ester Ortuño, cuyos textos iban acompañados de dibujos originales de Elvira Gascón. El material que se reúne en esta plaquette sirva para conocer, de manera somera, el espíritu de esta narradora de lo fantástico que, tras diez años de su muerte, nos visita con la intención de recordarnos que la literatura mexicana tiene una identidad que está más allá de los elogios y la condescendencia entre escritores, de las cuestiones de género, de las imposiciones de estilos que están a la moda: la literatura mexicana contemporánea tiene algunos autores que han escapado de la farándula para preocuparse por escribir. Yo vendí mi nombre | Guadalupe Dueñas Como algunos venden su alma y otros venden su cuerpo y otros más su sombra y hay quienes venden pájaros, yo vendí mi nombre. Consta de cinco letras. Es un nombre pequeño y un apellido muy largo, que en tiempo no remoto, alcanzó fama y pudo cotizarse como alta moneda. Apareció junto a plumas reconocidas y estuvo precedido por títulos de sabios y pro-hombres. El misterio de su ampulosidad no viene a cuento. Baste saber que conservo en oro sus iniciales y que existen aulas y bibliotecas bautizadas con mi nombre. Grabado estuvo en universidades, y no faltaron editores que lo adoptaron por bandera izándola en las cúpulas. Otros muchos esculpiéronle en muros y portadas. Entretejían las mayúsculas con hilos de plata y sombreaban las vocales con acerinas y esmalte. Convirtióse en símbolo, en aleluya, en buen agüero, en triunfo y en sonido glorioso. En ese entonces, periódicos y revistas nacionales y extranjeras, se atropellaban por consignarlo, por encabezar sus columnas con los augustos rasgos de mi pertenencia. Los lectores enrojecían de emoción al hallarlo en enciclopedias, en semblanzas, en biografías y en números antológicos destinados a la eternidad, y aun en reseñas de modas. El mundo lo alquilaba sin reparar en el precio. Avanzó en popularidad como los mitos que la credulidad agranda. Adorno fue de la palabra; labios encumbrados lo envidiaban, hasta que un día, un desdichado día, empezó a apagarse con la prisa de las luciérnagas que dejan en sombra el paraje de la noche más obscura. Restos de su gloria quedaron atrapados en artículos de segunda. Revistas no informadas retuvieron los jirones alfabéticos, los caracteres degradados, las letras que al transcurrir del tiempo perdían equilibrio como los epitafios de las tumbas olvidadas por los deudos. Las vocales disparáronse a manera de luces pirotécnicas. Fue el comienzo de una tortura mortal. La mengua reducía el nombre cada vez más y más. Aparecía distorsionado o con letrilla microscópica del todo indistinguible. Nadie exigía las bélicas mayúsculas de trazo gótico, nadie extrañaba las alas de cuervo que rubricaron el nombre caído en desdicha, sucio de polvo como corcel abatido y sin dueño. La adversidad propició el desacato de escribir las iniciales cuando se habla del D.F. Los letreros fueron empalideciendo. Las publicaciones que ostentaron escandalosos ribetes con gualdas, suprimieron las gárgolas y los arabescos hasta que las consonantes danzaron derrengadas y sonámbulas. Con frecuencia fallaban letras o aparecían tan borrosas como si un designio infernal se anticipara a su cancelación. El calvario se agrava. Ahora, antes de que amanezca, me dirijo anhelante al primer puesto, al vendedor más cercano, al gacetillero, al pepenador de desechos, para revisar meticulosamente cada publicación y comprobar si aún figura mi nombre aunque sea en el directorio; con mano temblorosa y ávida, abro las páginas, los dedos se me hacen huéspedes, con esfuerzo olvido el llanto que me causa ver en algún rincón mi nombre de pila o la inicial perdida del apelativo que ya nadie reconoce. Confidencias afanosas o malignas me hacen saber que las directivas tratan el conflicto de suprimir el nombre que se les ha quedado fijo como una alcayata. Sé que quienes votan por el aniquilamiento, encuentran tibia persistencia en románticos añorantes de la firma que no tienen valor para desterrar de su paginario. Un pudor no exento de amargura me hace cavilar en la manera de liberarlos a todos de la pesantez del nombre cuyas letras cadavéricas encenizan sus revistas. He llegado a sentir agradecimiento cuando alguien lo suprime sin ceremonias. Insoportable es irse muriendo a pedazos, mejor dicho a letras; un puntillo hoy y un acento mañana; ahora el rasgo de la T no aparece; más adelante el diéresis y luego la R y la M y aun la Y, que es tan poco socorrida en nuestro idioma. Lo capto todo. La fisura de mis tímpanos recoge las murmuraciones y a pesar de núbiles cataratas que entresolan mis pupilas, adivino el desdén y las muecas de repudio. Con las yemas de mis dedos palpo negativas y razones. En la rajadura de mis labios y en mi lengua reseca sopla el aire salado que dispersa mi nombre. Padezco comentarios y juicios sin poder darme a la fuga. “Dicen que ya no escribe, que está ciega”. ¡Bah! –“Estar ciego es estar muerto”. Se desentienden de mi presencia. A veces rampo, me agazapo, ruedo, me deslizo, hasta las redacciones donde otrora pidieron de rodillas mi colaboración eterna. Los amigos de antaño ya no me conocen. Han ensordecido en el ruido de nueces de los manejadores de frases. Un terror supersticioso me invade, un terror ajeno a vanidades y a esperanzas: la certidumbre de que en cuanto la última letra se esfume y el punto final se diluya sobre el papel como una lágrima, mi vida, frágil e inútil vida, será un renglón en blanco como el de los presuntuosos de ayer que ignoran su anonimato, aunque su engreimiento es sólo corrupción aprisionada en una fosa.