domingo, 6 de enero de 2013

El rezo del mestizo/ poema de Marco Fonz/ texto de Santiago Vizcaíno

Un texto que escribió Santiago Vizcaíno para el poema El rezo del mestizo publicado por Entretejas Editorial, Comitán, Chiapas 2012. Rezo del mestizo o la experiencia del buen salvaje Por Santiago Vizcaíno Ya Antonio Cornejo Polar nos advertía del uso de categorías tomadas de otras ciencias para definir el complejo fenómeno cultural latinoamericano. Así, el término “mestizaje” ha funcionado como una metáfora para enmascarar los conflictivos espacios de convivencia de nuestras sociedades. Esa “mixtura de dos razas”, en su acepción más general, intenta armonizar un vasto y brutal proceso de colonización. Pero lo que se realiza, en el fondo, es un ejercicio de traducción: la lengua española designa “mestizo” o “híbrido” a un referente que se le pierde, como también dice fantástico o maravilloso. Cuando lo que debería interesar es el referente, que no admite metáforas. Un referente cuya particularidad esencial es la escisión está siempre basculando entre dos campos que a su vez se multiplican. En el caso del mestizo está, por un lado, su raíz española y, por otro, su raíz indígena. Digo primero su raíz española porque el proyecto de dominación ha empezado por allí: una necesidad casi obsesiva de ocultamiento de lo otro, es decir, de la parte indígena. El conflicto del mestizo ha sido de encubrimiento, y quizá dos de los mejores ejemplos son Guamán Poma de Ayala y el Inca Garcilaso. El arte en América Latina se preocupó más durante la primera mitad del siglo XX, y con justa razón, por mostrarnos el drama indígena, quizá tratando de lavar su propia culpa, es decir la de haber nacido mestizo. Porque el drama mayor del ser latinoamericano es un sentido de culpa gratuito, casi neonato, de no ser ni lo uno ni lo otro. Los que intentan juntar las dos esferas armoniosamente no son más que acomplejados optimistas. No es sino en la segunda mitad del siglo XX cuando el complejo mundo del mestizo empieza asimilarse dentro del arte, y en particular dentro de la literatura. Así nace, por ejemplo, el arte neobarroco que conceptualizarían Lezama y Sarduy y que en estas esferas sigue dando de qué hablar y de qué discutir. Y, por último, de qué escribir. Toda esta perorata histórico-cultural no me sirve más que para presentar un extenso poema que asimila, con gran virtud, este conflicto. Rezo del mestizo del mexicano Marco Fonz es una búsqueda de ese otro encubierto, o al menos un intento por atravesar el umbral del silencio. Cuando los misioneros llegaron a América para impostarnos esa religión de bárbaros que es el cristianismo, observaron que el rito tribual tenía como eje el rezo, a falta de mejor nombre, porque es un fenómeno a todas la culturas; Levis Strauss no va dejarme mentir. Entonces, habrán dicho rezo u oración o comunión con sus dioses desde sus propios referentes, es decir, los de la Iglesia Católica de finales de la Edad media. Así, ese ejercicio teológico propio del indígena se traduce como rezo. Y rezo del mestizo no será si no una doble metáfora, más bien un pleonasmo metafórico intraducible, porque ya es un compuesto de traducciones. Dice Jeremías Marquines, en el Prefacio de esta plaquette, que Rezo del mestizo “es un clamor de la orfandad ontológica”. En efecto, el yo poético de este poema participa de un ritual de iniciación, o más bien, de un ritual de renunciamiento: “Déjame entrar: /traigo aquí todo mi cuerpo. / Mis lágrimas son de cera para alumbrar la luz en donde somos sombras”. El referente que tenemos nosotros en la cultura andina es la ceremonia del ayahuasca, a la que acuden no pocos mestizos y no menos gringos alentados por William Burroughs. Pero de esa experiencia solo han llegado hasta mí poemas malísimos donde prima lo folclórico metafísico por sobre la transmisión, tamizada por lenguaje, de la experiencia misma. No es el caso, por supuesto de Rezo del mestizo, de Marco Fonz, donde su amplia experiencia poética le ha permitido concebir un texto que se teje en el umbral mismo del mestizaje, es decir en la delgada o invisible línea donde renunciamos al cuerpo concebido desde lo occidental para entrar en una zona desconocida, y hasta fundamentalista, donde el mestizo no es bien recibido: “Salí espantado del día / nadie dijo nada / solo miran mi cuerpo / que se arrastra con lástima”. En realidad el rezo del mestizo es una petición desesperada frente a la orfandad, pero no ha olvidado su raíz latina, es decir, la de recitar. Aun cuando la intención del ser está atravesada por una metafísica, el rezo mestizo usa al lenguaje como mecanismo de esa disolución del cuerpo: “Porque el olvido no hizo nada en mi recuerdo /todo aquí entre mis brazos lo guardo. /Junté mis manos así como la brasa /así como ellos junté mis pies /y vi naces de lo profundo de mi ombligo / un sol pequeño que hablaba”. Como en el cuento de Kafka, Ante la ley, el yo se encuentra a su vez frente a un consejo que parece supervisar el rito de iniciación: “Y el consejo se juntó / y veía aquello como maravilla / veía yo mismo como maravilla”. Rito, por lo demás, en que el mestizo se enfrenta con su racionalidad. Lo que le impide cruzar el umbral está, precisamente, arraigado en la conciencia de su cuerpo y su razón. En Rezo del mestizo hay un continuo debate ontológico, una búsqueda de comunión con aquella parte del ser -que se ha subyugado desde la racionalidad - y con ese otro desconocido: “Hablaba entonces y dije: Hermano. / Pero yo no lo era aunque quería”. A través de continuas alusiones a la liturgia maya, al Popol Vuh y al Chilam Balam de Chumayel, Marco Fonz hace de este texto una original oración de la experiencia trascendental del encuentro con la naturaleza: “Ve tú, Cinco Conejo. Dije entonces: / Ve tú, Tejón de Aire, acompáñalos. / Ve tú, Corazón de Hormiga. / Ve tú, Camino”. El yo poético habla con el agua, persigue el movimiento del río, olvida los temores de la muerte y el sexo mismo se mantiene contento. Porque ya no hay vergüenza de la carne. En ese sentido, es un proceso de animalización, es decir, de abandono de lo humano: “Traigo todo mi cuerpo: / la arena traigo para la piel del agua, / la lluvia traigo para el maíz, traigo el canto para el gallo. Traigo todo yo de mí”. En la ofrenda, el poema encuentra su mayor carga simbólica, quizá porque el yo se va despojando de los signos propios de la corporeidad racional. Así, el texto se encumbra en el instante en el que ser se inmola y la oración se eleva para manifestar la renuncia: “Aquí traigo mis pelos / mi señor de los desiertos / mi señor de los bosques / aquí traigo mis dientes / mi señor de los mares / mi señor del cielo /aquí traigo mis uñas / mi señor de la tierra / mi señor de la espera / aquí traigo mis huesos / mi señor de la luz pequeña / mi señor de la estrella /aquí traigo mi corazón / mi señor de lo rojo / mi señor del año / mi señor del esqueleto amor”. Sin embargo, no es solo renuncia, ofrenda, sino también encuentro, experiencia espiritual de completitud: “Aprendí a usar las piernas / a quemar la madera / a pulir los metales. / Aprendí”. Por eso quizá el texto decae en el tono y en el ritmo hacia el final, donde entrevemos la disolución, el cruce del umbral del mestizaje, y apenas asistimos a la nostalgia del cuerpo abandonado: “Vagando entonces el cuerpo anda / sin mí / sin consejo / solo por los terrenos /con el susto de hombre con el espanto de cara / va / a donde dolor aullado es / va / a donde sombra vacía es”. Rezo del mestizo es un texto que se sostiene, que logra sobrepasar la experiencia trascendental y producir una maquinaria textual cuyo valor simbólico reposa no en la comunión con lo indígena, sino en el conflicto del mestizo, en la metáfora del intermedio. El rezo, por ello, no es ni indio ni blanco, si que se encuentra en una zona arreferencial, imposible, por ello usa la poesía como mecanismo, porque el germen de la poesía es, sin duda, lo imposible.