lunes, 28 de noviembre de 2011

¿Por qué una MesAlterada? por Iliana vargas





Resulta que un día estábamos platicando sobre la manera en que los mexicanos somos tan dados a recibir, muy amablemente, lo que se produce en el extranjero: alimentos, ropa, accesorios de uso cotidiano como ipods y computadoras, películas, música, exposiciones, literatura, etcétera. Por supuesto no es nuestra intención dejar de consumir lo que nos guste de todo ello y mucho menos hacernos una capa con la bandera mexicana y enarbolarnos el cuerpo de nacionalismos férreos. En realidad lo que ocurrió fue que nos preguntamos: ¿Y la producción mexicana, a dónde llega, quién la compra, quién la pide, quién la necesita?
Particularmente en las cuestiones literarias –que son nuestras prioridades puesto que a ellas nos dedicamos en tanto que creadores, lectores, investigadores y difusores– nos preguntamos: ¿A quién influye o ha influenciado un autor, una corriente, un movimiento, una propuesta literaria mexicana en el extranjero? Porque una cosa es, nos respondimos, que algunos escritores extranjeros mencionen en algún prólogo, artículo o entrevista a Octavio Paz, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Amado Nervo y Sor Juana; pero de ahí a que alguien haya aceptado alguna vez que ha leído, no un poema o una novela de los autores mexicanos “más reconocidos”, sino por lo menos la mayor parte de su obra y que ello les haya influenciado de alguna manera en su trabajo creativo, no tenemos noticias o registros.
Y curiosamente, los escritores mexicanos no se cansan de enlistar a los extranjeros de distintos países, épocas y corrientes literarias. A ellos les dedican estudios académicos, ensayos, artículos, reseñas e incluso hacen traducciones de su obra. Aquí es donde cabe volverse a preguntar: ¿y de los mexicanos, cuándo, cómo, en dónde, quién, se ha afanado de la misma manera? Por supuesto que ha habido encuentros internacionales de poesía; intercambios promocionales/literarios en el sentido de “yo te publico y tú me publicas en mi revista o en una antología”; ferias de libro en el extranjero donde se dan a conocer las “novedades literarias de los autores más renombrados en México”; pero, un diálogo verdadero, a fondo, creemos que no se ha dado.
¿Y por qué?, nos volvemos a preguntar. Pues porque, para empezar, quizá los escritores y estudiosos extranjeros no encuentran en México una “oferta” literaria que valga la pena de estudiarse, no se diga ya leerse, lo cual no debería sorprendernos si tomamos en cuenta que nuestro país –tal vez sin que lo notemos de manera consciente– se ha forjado a partir del reciclaje y de la reproducción de modelos económicos, políticos, culturales y artísticos de otros países.
Esto no tendría que ser terrible si hubiera una retroalimentación equilibrada de lo que se importa y se exporta, esto es, que así como en México el mercado editorial está abierto a autores y editoriales extranjeras, ocurriera un exacto visceversa. El problema es, y volvemos a la literatura, que la poesía y la narrativa mexicana (por mencionar sólo los géneros más “populares”) se han impregnado tanto de influencias extranjeras, que hasta el día de hoy no se ha registrado una propuesta estética literaria lo suficientemente fuerte, capaz de ser un referente más allá de las visiones circunstanciales –todo aquello que testimonia un momento histórico/social específico–; institucionales –todo aquello que se enlista en alguna de las nóminas de los grupos que se distribuyen el poder y los erarios públicos–; mediáticas –todo aquello que se muestra como “lo más representativo de México a nivel internacional” y alternativas –todo aquello que se produce de manera autogestiva y se distribuye de mano en mano, en el mercado underground o en donde se les permite previo acuerdo. En este caso la producción literaria es, en cantidad, igual o mayor a la institucionalizada, pero en ocasiones se vuelve repetitiva en el afán de dejar en claro su marginalidad, y difícilmente plantea una propuesta estética concreta.
Entonces, volvimos a preguntarnos, ¿qué ha pasado con los creadores de la literatura mexicana; por qué en la historia literaria hay un punto de fuga en el que los movimientos que trataban de surgir y plantear alguna estrategia esquemática distinta en el siglo XX no lograron tomar fuerza y cimentarse (pero no para instituirse permanentemente, sino para dar paso a su natural transformarción/ derivación/ oposición); por qué, cuando la década de los setenta parecía ir marcando un buen camino en cuanto a pluralidad de propuestas estéticas en diversas disciplinas artísticas, de pronto hubo un tope, una especie de pausa, como un cohete que se arrepiente de culminar en explosión (como si alguien se hubiera dado cuenta de que la pluralidad es muy difícil de controlar y más vale jalar la cuerda y engavetar bajo llave todo lo relativo al concepto propositivo)? ¿Por qué seguir permitiendo que se avale la homogeneización, los métodos y modos a seguir, los cánones oficiales, el reciclaje?
Marco ya había planteado, en dos textos, gran parte de estas cuestiones (“Por una poesía evolucionaria” http://elojollenodedientes.blogspot.com/2011/03/por-una-poesia-evolucionaria.html
y “Poética de la inconexión” http://elojollenodedientes.blogspot.com/2011/08/poetica-de-la-inconexion.html); sin embargo, quienes se interesaron por el tema y lo apoyaron diciendo que había que escribir y platicar mucho sobre ello, nos fueron dando pauta para que esta mesa surgiera, pues una de las opiniones constantes era: “el problema con los escritores y estudiosos es que no se dejan cuestionar, o se niegan a responder”.
Y tantas preguntas no pueden contestarse entre dos personas que comparten experiencias, críticas y visiones al respecto. Por ello decidimos abrir un diálogo con creadores, investigadores y comunicadores que tienen en común la diversidad de sus perspectivas. Y aceptamos la iniciativa de uno de ellos, Ángel Carlos, de que la discusión y el cuestionamiento se hiciera en la mesa de la casa, de forma tan natural como estábamos discutiendo sobre varios temas aquella tarde, pues no sería necesario un mantel de paño verde ni un señalador con nuestros nombres y mucho menos estar sobre un estrado para hablar, preguntar, escuchar, encontrar puntos en común y divergencias; proponer.
Finalmente, ¿por qué Alterada? No es que estemos planeando discutir a tal punto que todo derive en una gran pelea argumentativa. No. Lo que queremos es darle su lugar a la alteración en el sentido de búsqueda de un diálogo libre de prejuicios, inteligente, sin agresiones pero capaz de defender sus puntos de vista sin temor a ser reprimido.
Alterada, porque es necesario dar un salto de página y alterar, en el sentido creativo, crítico y de estudio, a la literatura mexicana y a todo el aparato que la rodea y de distintas maneras la manipula.

martes, 15 de noviembre de 2011

Carlos Edmundo de Ory un diálogo peregrino




Un diálogo peregrino


Para Laura Lachéroy de Ory


Tomados del brazo, caminamos por entre las tumbas del cementerio de La Madeleine. Después de visitar la tumba de Julio Verne, que en ese momento hervía de flores. Carlos comentó que era extraño, que nunca habían sacado una foto en esas circunstancias. Carlos Edmundo de Ory era un hombre que gustaba de los mágicos rituales mágicos y uno de ellos era llevar a sus invitados a tomarles una foto, junto a él y Laura, en la tumba del viejo Verne. Caminamos y continuaba el diálogo del día anterior, diálogo lúdico y lleno de misterio y de sonrisas. Sonreír era el otro gusto del poeta. Jugar, platicar, mostrar lo invisible. Preguntaba, todo el tiempo preguntaba, interesado en todos los temas posibles. Compartía, otro gusto de Ory, compartir.
Si me imagino de lleno a un poeta humano, humanamente humano, vendría a mi imaginación la figura luminosa de Carlos Edmundo de Ory. No gustaba de los premios, ni de las entrevistas y tampoco de los homenajes, aunque asistió a alguno. Le gustaba querer pero no gustaba de los huecos aduladores o fanáticos de su persona u obra. Se alejaba del mundo para querer al mundo y para crear sus mundos y ofrecerlos cálidamente.
Creador de uno de los “ismos” más extraños y controvertidos de los últimos que surgieron en Europa y el menos difundido. El Postismo. El movimiento postista llegó a México en el año del 2008, en una coedición de Editorial Andrógino y Ediciones sin nombre. Carlos recibió emocionado el libro La mano en la espalda, que reúne los cuatro manifiestos postistas. El primero de ellos se publicó en Madrid en 1945. Año del lanzamiento del Postismo.
La relación de Ory con México siempre estuvo presente: “Pues, yo mismo, Carlos, sé mucho de México y su poesía desde mi niñez gracias a mi padre Eduardo de Ory. Cuando estuvisteis en casa, "el otro día", no se me ocurrió poner ante vuestros ojos el precioso libro de oro de mi padre, edición de M. Aguilar, Madrid 1936, titulado como tenía que ser ANTOLOGÍA DE LA POESÍA MEXICANA. Por orden alfabético desde Acuña (Manuel) n.1849, hasta Zayas Enrique (Rafael) n. 1848. La dedicatoria dice: "A la memoria del inmortal poeta AMADO NERVO mi inolvidable y gran amigo.
E de Ory"”
Efraín Huerta y Octavio Paz, enviaban sus libros a Carlos. Él gustaba más de la poesía de Efraín Huerta. Para mí fue muy grato encontrar en la biblioteca de Huerta cuatro libros de Ory dedicados al poeta mexicano, con esa forma tan llena de colores y de figuras que tenía costumbre hacer en la portadilla de sus libros dedicados. Otros poetas mexicanos que conocía Ory eran: Pedro Damián, Víctor Monjarás, Mario Santiago Papasquiaro. Incluyendo el gusto por la poesía de Roberto Bolaño y de Bruno Montané, que vivieron un tiempo en México. Gran lector de poesía, recomendaba leer un poemario no como se revisa un almanaque, sino había que practicar el brinco de poema a poema, en diferentes días y a distintas horas. Leer uno o dos, cerrar el libro, acomodar el poema en el espíritu y después volver al poemario, abrirlo y dejarse llevar por la luz o la oscuridad del poema en turno. Y así hasta concluirlo en algún momento.
Cuando lo busqué en su casa de Thézy, él estaba solo y abrió la pequeña ventana de su puerta, y después de identificarnos, comentó: que era, yo, más inteligente que los gaditanos. Por haber dado con él, con Laura y la dirección de su casa sólo siguiendo la intuición y los mapas cósmicos de los vasos comunicantes. Le observé sentado en su sillón y comenté que al verle tenía unas ganas inmensas de llorar de gusto y él me dijo que: “si Homero no censuraba a los hombres que lloran tampoco él lo haría” después me pidió que leyera uno de mis poemas. Le gustó. Después me bautizó como un: extriste o como el ogro inteligente. Palabras, era un excelente malabarista de palabras e imágenes. Y como Byron un gran coleccionista de palabras y también de caballos, juguetes y otros objetos de magia o de arte.
No podría elegir a uno de sus libros como favorito. Todos me hablan, todos me seducen de forma distinta. Sus cuentos, poemas, ensayos, todo tiene ese algo especial de lo magnífico. Pero existe algo muy particular y casi embrujante, en sus diarios. Sus diarios son poesía pura de donde nace la vida y la muerte. Tal belleza sólo puede pertenecer al jardín de un genio. Y lo digo con la certeza y seguridad de que es verdad. Un genio humilde. Sus diarios, que detalladamente nos muestran paso a paso, hora a día, las vicisitudes que el poeta tuvo que pasar para encontrarse y cumplir su hermosa misión aquí en la tierra y en la literatura.
Una vez le escribí quejándome de la indiferencia de algunos poetas mexicanos hacia diversos temas o quejándome sobre la corrupción de ciertos poetas, él me contestó: “La poesía si verdadera se paga. Platica más con los poetas muertos que con los vivos.”
Dormí junto a los cuadernos forrados de negro en donde escribía su diario. Los originales que cargaba de un lado a otro, de un país a otro, de un estado de ánimo a otra visión. Hasta que por fin se instaló en Thézy: “Vivo en Francia desde hace mucho tiempo. En París, ya lo sabéis por el Diario. De París me trasladé a la capital de Picardía, Amiens desde 1967 y con Laura mi compañera, pintora, desde 1972. Vivimos desde 1990 en una aldea llamada Thézy-Glimont a 13 km de Amiens en casa propia.”
Cádiz, Madrid, París, Perú, Amiens, vieron ir y venir al poeta en alegre y a veces trágico, desde la visión poética, periplo. Lo constante era su poesía, su sino, su genialidad jocosa. Su amor por los amigos, siempre rodeado de amigos y gente que le quiere. Y él a su vez queriéndolos a todos. Como el mar abraza, como la tierra recibe, como el cielo dignifica la claridad de la frente. Carlos Edmundo de Ory era un mundo de entrega. En lo personal pasear por entre las tumbas y jugar a decir palabras serias, alegres, apesadumbradas, luminosas, fue una lección de vida y de literatura. Jugar para saborear el lenguaje. La bella pronunciación de las cosas junto a un demiurgo.
Con Carlos y Laura compartimos libros, poemas, viajes, collages, e intercambiamos visiones, gustos, sueños, palabras. En el 2004 comenzamos un diálogo que Carlos llamó, en uno de sus mensajes, diálogo peregrino. Y eso es nuestra larga plática. Un diálogo peregrino. Que afortunadamente continúa. Seguimos conversando: Laura, Carlos y yo. Continuamos con el ir y venir del mensaje, de poemas, de pulsaciones que imagino, compartirán los muchos otros lectores. Quien se acerque a su obra comenzará, como yo lo hice en algún momento, a conversar con este bello poeta. Poeta humanamente humano que me sonrió un día y que no ha dejado de hacerlo. Poeta que me abrió su casa, su poesía y su corazón. Que me presentó a mí mismo como poeta, que me enseñó que siempre se puede mostrar uno de muchas formas pero que sólo se puede ser uno mismo de una sola manera: Fiel a la pulsación creativa, fiel al poema.
Carlos y Laura escribieron: Sabed, ojos míos, ajos míos, hijos míos, que Karl Borromäus y Laura de Noves, novios diarios y nocturnos, paganos de la luna y el sol y el arco iris, os quieren
mucho
mecha
macho

y esperan que nos veamos el día siempre pensado

Carlos y Laura


Marco Fonz
Marzo, 2011, México

lunes, 17 de octubre de 2011

Celebración y canto para Cromwell Castillo, poeta de la "Estética de las revelaciones"

NUEVA PUBLICACIÓN DE CASCAHUESOS EDITORES: “ESTÉTICA DE LAS REVELACIONES” DEL POETA PERUANO CROMWELL CASTILLO

Tenemos el agrado de anunciar la publicación de Estética de las revelaciones del poeta peruano Cromwell Castillo. Se trata del primer libro de uno de los poetas más interesantes aparecidos a inicios de este siglo, pues anteriormente sólo había publicado en edición conjunta con el grupo Signos de Lambayeque. Esta primera publicación viene acompañada de tres sendos comentarios: César Eduardo Carrión nos dice que en el libro “habita una voz grave que testimonia el transcurso por el mundo de alguien cuya mirada penetra paulatinamente en la Naturaleza. Pero esta poesía no se deja abatir por la dictadura de las evidencias, no se trata de una estética realista. Ante todo, su Realidad está constituida por el decurso de un lenguaje simbólico, el hallazgo de una voz imaginaria”; José Donayre Hoefken anuncia que “el mundo visible, en manos de Cromwell Castillo, se podría resumir en la vieja teoría de los cuatro elementos, que explicaban poéticamente una cosmovisión. Pero este poeta, a través de su Estética de las revelaciones, al igual que el sabio Empédocles, enraíza su interpretación de la realidad a partir de dos pulsiones que marcan cadenciosamente el ritmo de sus descubrimientos y asombros”; y Marco Fonz sentencia que es “una buena forma de mostrar a los viejos elementos, que parecían ya no tener nada qué decir. Versos afortunados de tener a Cromwell Castillo como poeta e interlocutor de esas bellas imágenes”. Cabe precisar que este libro será presentado en el marco de la Feria Internacional del Libro de Quito. Aquí un adelanto del libro:
4
La noche nos absorbe como guarida prehistórica. Energía expansiva que cierra párpados rebelando distancia. Éxodo de luna reflejada en el fango:

Cuarto menguante —canto bastardo— / luna llena —atributo deforme—.
Creciente júbilo donde nadie danza alrededor de árboles milenarios.
Savia nueva que sella bocas y caminos donde nadie espera escapatoria.

El cuerpo sostiene con el filo de la duda una cabeza cercenada hace mucho. Sólo extremidades nos otorgan la ventaja de perdernos, escudriñar en el mismo fango la sequedad del tiempo.

Oh, tierra; oh, aullido de la dación ocasional.

[Sacudir tu corteza no es desvanecerme para saber que penetro una escritura improbable.
Florecer en ti es columpiar mi locura en alambres de púas: Retorno a la fe de los desposeídos].


SOBRE EL AUTOR:
Cromwell Castillo nació en Lambayeque-Perú, en 1981. Es miembro fundador del Grupo Literario Signos. Como artista plástico es representante de “El espacio del arte: Galería de arte contemporáneo”, en Lambayeque. Es autor de Agua y Transfiguración o el sonido —libros incluidos en Signos (Chiclayo, 2007)—, ¿Dónde acaso es camino? —incluido en libro Demolición de los reinos (Lima, 2010)—, y la plaqueta Fuego (Arica, 2010). Forma parte de la Colección de Nueva Poesía Peruana Cuervo Iluminado (Pájaros en los cables editores. Lima, 2010). Trabajos suyos han sido publicados en revistas impresas y virtuales de Perú, Venezuela, Chile, Argentina, Colombia, México, Brasil, Estados Unidos, España y Francia. Dirige el blog Gambito de rey.

jueves, 6 de octubre de 2011

Testimonios sobre Marcos Kurtycz




Conversación con Patricia Sloane
A Marcos le encantaba alterar el orden. La primera vez que nos vimos fue en casa de Fernando Ortiz Monasterio y de Rosalba Garza. Marcos hizo un performance en el jardín. Le encantaba la idea de épater le bourgeois. Has de cuenta que en vez de invitar al mago, Marcos era el entertainer de la fiesta. Siempre con un discurso subversivo, y claro, con el riesgo de incendiar la casa con todo e invitados. Eso ocurrió a finales de los setenta pero mi verdadera relación con él fue posterior. Yo tenía la galería Sloane-Racota y hay que reconocerlo, estábamos dominadas por las ideas estéticas de Alberto Gironella, pareja de Sanda, mi socia, ideas que no comulgaban en lo más mínimo con las de Kurtycz. Cuando Sanda dejó la galería fue cuando Marcos se acercó más al espacio debido a su amistad con Rosalba, mi nueva socia. Ni por asomo lo hacía para ser representado por la galería o cosa por el estilo.

Me impacta la ignorancia en que estábamos sumidos en el país. Fernando Gamboa era el gurú. El INBA dominaba con su discurso oficial. Por otro lado, existía el grupo de “los rupturos”. Era, en su conjunto, un mundo que no hacía contacto con el exterior. México, en este terreno, era una burbuja auto referente y desconectada del resto del planeta. Lo que vino a romper ese estado de cosas fue, en cierta medida, la revista Artes visuales que hacía Carla Stellweg. Ella nos descubrió una serie de eventos artísticos en Nueva York o en centros europeos que nos abrieron los ojos para darnos cuenta que había todo un mundo más allá de las ideas de Fernando Gamboa.
Marcos Kurtycz en todo ese contexto fue un precursor. La artista cubana Ana Mendieta, por ejemplo, ya había estado en México pero pasó de noche. El gran crítico era Juan García Ponce, limitado en su gusto (como cualquier crítico) volcado en atender a nueve pintores a quienes seguía en todo. Me refiero a los integrantes de “la ruptura”.
Una galería que quisiera vender jamás promovía prácticas alternativas o callejeras. Los espacios eran mínimos. Recuerdo que un día Marcos Kurtycz se les presentó en una inauguración a las Pecanins. Llegó con uno de sus desplantes habituales y ellas sintieron que les había estropeado su fiesta. Nunca lo vieron con ojos de artista. Su propuesta no era parte de un mundo “aceptable”. Había algunos creadores como Gurrola o Jodorowsky que habían irrumpido en el orden impuesto por Bellas Artes. Eran iconoclastas de hueso colorado y por eso no entraban en el mundillo de los artistas que giraban alrededor del discurso del tipo “cuidemos nuestro patrimonio” Artistas como Marcos Kurtycz eran totalmente marginales, indignos de voltearse a ver según los cánones nacionales. México casi no participaba del arte universal. Algunos artistas menos convencionales fueron atomizados por Bellas Artes. Por ejemplo, Maris Bustamante, Ricardo Rocha, Felipe Ehrenberg y ¡hasta Sebastián!
Por ese entonces Marcos llegó a México pero no interactuaba con ellos.

El discurso de Marcos tenía una carga política en Polonia, aquí no. Durante años estuvo de clandestino, sin papeles, no podía hacerse muy visible. Cerca del 83 o del 84 a raíz de mi propio instinto y de ver, de escuchar, entendí que Marcos era un iconoclasta distinto. Hizo tres eventos de performance en la galería. Nosotros ofrecíamos algo que quizás él no tenía en ese momento: una credibilidad (que habíamos construido a través de otros artistas). Y él venía a hacer lo que le daba la gana. Era un tipo muy informado, muy obsesivo y sí, tenía su vanidad. Para ser performancero hay que tenerla. La esencia de Kurtycz no era ser un artista formal ni un hombre de teatro, sino romper moldes, levantar cuestionamientos, obligar a la reflexión.

La parte de la invención jamás tuvo el móvil del dinero. Era un tipo muy privado, no se dejaba seducir por el poder. Las relaciones las establecía él porque le interesaban y era hábil y sabio para hacerlo, un hombre absolutamente seductor. El te escogía.

Ahora Marcos Kurtycz es un ser mítico para las nuevas generaciones. Poca gente lo conoció porque Marcos no iba a los reventones ni a las inauguraciones (a no ser que fuera a presentarse con alguno de sus performances. ¿Sabes qué más tenía Kurtycz? Una tesis acerca de la comunicación. Sabía cómo mandar un mensaje, cómo asegurarse de que lo recibieras, eso es una parte fundamental de su obra. Al ver sus envíos, a pesar de ser invasivo, no podías resistirte a abrir ese mensaje. Otros artistas hacen lo mismo con la cámara: irrumpen en tu intimidad, eso es algo que literalmente Marcos lograba valiéndose del cartero y del servicio de correos.

En alguna ocasión yo le debía dinero y no lograba juntar para pagarle. El jamás te llamaba para eso. Sólo se aparecía. Su forma de irrumpir era muy peculiar, como un auténtico felino, sin hacer ruido, con cautela, nunca lo escuchabas llegar. Ese día llevó su hacha a la galería y se sentó frente a mi escritorio sin decir palabra. Yo, en cambio, hablaba sin parar, explicándole más de la cuenta mis motivos y justificaciones. El seguía sin emitir sonido y yo cada vez más intimidada. De pronto alcé el teléfono y hablé al banco para que me prestaran dinero, pero no lo conseguí . Mi angustia era tal que me paré de allí y lo dejé solo con su hacha en mi oficina. Salí a la calle y por suerte me encontré a Carlos Payán que me vio acercarme con mala cara. Pues qué te pasa. Pues tal y tal y fíjate que arriba está Marcos Kurtycz sin moverse.
Me acompañó y sí, en efecto, pudo constatar que seguía sentado con su hacha. El aire podía cortarse con tijeras. Payán tomó el teléfono y pidió al Uno más uno que le llevaran dinero. No recuerdo la cantidad. El caso es que nos quedamos en silencio sepulcral hasta que trajeron el efectivo. Marcos agarró sus cosas y se fue. Llegué a estar harta de Marcos Kurtycz, de su exigencia, de sus demandas, pero nunca era de los que llamaban ocho veces al día, eso jamás. Lo suyo era exigir tu entrega. A cambio había recompensas que te llegaban si eras receptivo a sus propuestas maravillosas.

En una ocasión hizo un performace en la explanada del Museo Tamayo. Se trataba de una obra autobiográfica como mucho de lo suyo. La parte plástica de Kurtycz pertenece a una iconografía exterior. Por ejemplo, su tipografía, los objetos que fabricaba, el uso del hacha, los sellos y todo aquello que se vincula a su formación gráfica polaca. Luego está el rostro del abuelo que se repite en los impresos. El abuelo judío víctima del nazismo. En el citado performance llegó al bosque de Chapultepec con un carromato como los de los hot-dogs. El carrito se iba desplegando y metafóricamente se expresaba la casa familiar con una mesa que representaba la cocina. Así iba narrando la historia de la familia. En esas estaba cuando comenzó a caer una tormenta. Dejamos de oírlo. En ese momento sacó de algún lugar un pollo desplumado y comenzó a aventar los pedazos a su alrededor. En un performance nunca sabes lo que va a pasar. La sorpresa fue que comenzaron a acercarse las ratas para comerse los pedazos de pollo que él arrojaba mientras nosotros permanecíamos bajo la lluvia. Era de noche y sólo había una luz alumbrando a Marcos y a su carrito. Todo muy teatral. Como él, como su voz, su acento, su forma de seducir a la gente. Su performance de contenido autobiográfico acababa por reflejar la realidad exterior aunque estuviera hablando de la intimidad de su existencia. Y no cualquiera lo logra.
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Conversación con Alejandro Luna
Seguramente conocí a Marcos Kurtycz a través de Ludwig Margules. Y casi desde el primer momento trabajamos juntos.

Recuerdo varias cosas. Por ejemplo, en la obra Lástima que sea puta, se le ocurrió usar un acrílico transparente que puso sobre lo alto de un andamio y allí, sobre esa superficie, trepó a los actores para tomarles fotografías de abajo hacia arriba. Los actores se veían en la imagen flotando en el aire. Sabía colocarse allí, donde nadie más había tenido un punto de vista. Lograba adueñarse de una perspectiva casi imposible. Los actores salían en esa imagen con el vestuario de la obra, responsabilidad de Fiona Alexander. Cada obra de teatro con él era otro experimento. Siempre nos divertíamos haciendo y deshaciendo.

Marcos Kurtycz, antes que cualquier otro, hizo performance en nuestro país. Nadie conocía entonces esos lenguajes, él fue el primero. Después, en el futuro, el tiempo lo alcanzó.

Un día lo llevé a una cena muy formal. El llevaba puesto un saco y en el bolsillo , en vez de pañuelo, un pescado. Una imagen inquietante. Así fue Marcos Kurtycz, con el pescado en el bolsillo y con un hacha en la mano. Saludaba con caravanas, con inclinaciones. Imagínate la escena. Todos en esa cena eran muy propios y se hicieron como que no pasaba nada.

En la ópera Reik’s progress de Igor Stravinsky, con un libreto del poeta W H Auden y cuya puesta en escena estuvo a cargo de Ludwig Margules en 1985, yo me ocupé de la escenografía y Marcos Kurtycz de todo el diseño. El programa de mano, por ejemplo, era un tríptico que al desplegarse se volvía tamaño cartel y era del mismo color que el vestuario. En la puesta, hay un personaje libertino que se casa con la mujer barbada y de allí se nos ocurrió hacer un espacio de hermafroditismo con algunas cosas atroces. En Bellas Artes no les pareció mal, no dijeron nada. Hombres con senos, mujeres con sexo masculino. A Marcos Kurtycz le gustaba hacer escándalo pero, ya te digo, las autoridades no protestaron. En cambio los técnicos sí. La clase obrera es, sin duda, más conservadora. Sus gordas de calendario existen pero en el espacio privado. No en un templo sagrado como el Palacio de Bellas Artes.

Por otro lado, Marcos era muy serio en todo. En el arte, en su trabajo cotidiano. Además fue un inventor de técnicas. Por esa época me regaló unas litografías pero hechas con transfers y con fotos.
En otro sentido, era un romántico a lo Baudelaire o a lo Rimbaud. A veces un dadaísta, un iconoclasta que se dedicaba con devoción a producir imágenes. Y, ya lo dije, un precursor.

El había estado en Cuba como ingeniero electrónico. Marcos era un misterioso adrede, no te contaba toda la historia, ni esa ni otras. Supongo que en algunos aspectos llegó a México atemorizado. No tenía experiencias previas de vida en el capitalismo. Fue construyendo su personaje y lo ejerció como diseñador gráfico y como artista. El sabía de tintas, de imprenta. Mira, para el cartel de la obra Severa vigilancia, usó en vez de papel couché un cartón mina gris de aspecto muy burdo. Sabía lo que uno espera de las cosas e irse por otro lado y sorprenderte. Por cierto, en esa obra fue actor.

En De la vida de las marionetas quería tomar una huella corporal de cada uno de los actores para imprimirla, con sellos de goma, en el programa de mano. Aparecía, por ejemplo, mi mordida. De otros, se podía distinguir una boca, un seno, un puño, unas manos, unos dedos. Resultaba bastante extraño y al mismo tiempo esas huellas establecían un vínculo metafórico con la obra de Bergman, también dirigida por Margules.

Kurtycz estuvo conmigo cuando yo trabajé con Gurrola. Por ejemplo, para el estreno del Teatro Juan Ruiz de Alarcón, él hizo el cartel. En otras palabras, si yo hacía la escenografía, Marcos estaba conmigo y así fue desde que llegó, desde que nos conocimos. La obra con la que se estrenó el Teatro fue La prueba de las promesas del propio Juan Ruiz de Alarcón. Nos dieron un mes para poner la obra. ¡Una locura! Para asuntos de escenografía lo más español que encontramos fue el jaialai. En la primera escena salía un chango, el actor Óscar Yoldi se le veía por momentos sin calzones. En fin, nos clausuraron al mes. El cartel de Marcos era muy acorde con todo ese espíritu. Allí aparecía un Ruiz de Alarcón parecido a Hugo Gutiérrez Vega, director en ese entonces de Difusión Cultural. Cuando decidieron suspender la obra, también suspendieron a Gutiérrez Vega de esa responsabilidad.


Hicimos también algo raro. ¿Recuerdas el Instituto de Comercio Exterior que promovía a México para sus exportaciones? Bueno, nos encargaron un documental pero en realidad era más bien un comercialote. Discutimos si lo hacíamos o no. Sonaba aburridísimo. Lo que podíamos exportar eran telas, motocicletas, canicas, tubos, pintura tipo Comex, electrónica...Las empresas felices de poder promover sus productos. De modo que, cuando aceptamos, podíamos decir “mándenos un millón de globos, o un millón de canicas” Nos divertíamos mucho pero antes, claro, pusimos nuestras condiciones: usar el objeto fuera de su contexto tradicional. Por ejemplo, había tubos de cobre. No íbamos a enseñar en el documental para qué sirven los tubos, ¿verdad? Entonces nos pusimos a hacer esculturas gigantescas o a construir un instrumento musical. Luego, para el anuncio de telas llamamos a unas modelos guapísimas. Yo sabía más de cine y a Marcos se le ocurrían las ideas más locas. El anuncio de la pintura, por ejemplo, en vez de estar aplicada sobre un muro, Marcos la comenzó a derramar sobre un bastidor. Primero echaba el amarillo, luego el azul y así hasta que se formaba un cuadro. Es la serie más larga, enciclopédica sobre comerciales que puedas imaginarte. En una ocasión pedimos permiso para treparnos al techo del Palacio de los Deportes. Las modelos subían con nosotros. Llevábamos grúas. La serie se llamaba “México exporta”

En Polonia, y eso lo traía Marcos en la sangre, existe una tradición distinta a la nuestra. Un diseñador está más ligado a la pintura, a la plástica. Lo mismo hacen escenografía, vestuario, cartel. En México no existe esa costumbre. Marcos Kurtycz abarcó, como el artista que fue, distintos registros y todos con una inventiva y un sello inconfundible.
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Conversación con Helen Escobedo
Marcos Kurtycz era un hombre agresivo, desafiante pero también cariñoso. Después de ser un mandón y de irrumpir, por ejemplo, con un hacha, podía salirte con una sonrisa abierta, maravillosa.
Me sentí entusiasmada cuando lo encontré en la Casa del Lago. Me impresionó lo que hacía con su público. Recuerdo haber subido la mirada porque él estaba arriba de un árbol. Traía ¿cómo explicarlo? unos cinchos de paracaidista. Le colgaban unas bolsitas del cuerpo que uno no identificaba del todo. Después te dabas cuenta que esas bolsitas eran de tinta. Llegado el momento las perfora para escurrirse y chorrearse de arriba abajo. Hecho un asco se quita el equipo y no me acuerdo si se mete al lago en cueros o si sólo en paños menores. Ahí, en el lago, se limpia. Por supuesto, había elegido unas tintas que no dañaran las aguas.
Marcos Kurtycz fue un precursor de esos lenguajes. Un día en el Museo de Arte Moderno, después de haber tenido muchas conversaciones de proyectos en común que nunca aterrizamos, llegó hecho una furia. Yo estaba apenas hallando mi lugar, enterándome de lo que había qué hacer, era nueva en la dirección del Museo.
El irrumpe en mi oficina y pega un manazo en mi escritorio. “Te voy a bombardear”-me dice. “Un año entero, los 365 días”. Dicho esto se da la media vuelta, pega un portazo y se va.
Al día siguiente recibí la primera llamada “carta bomba” al Museo de Arte Moderno. Eso significa que no la mandó por correo postal como la mayoría de las subsecuentes que envió, religiosamente, durante un año completito. Muchas llegaron a mi casa de San Jerónimo. No exagero. Una cada día. Sin fallar. El cartero veía aquellos sobres con sellos y cosas y seguramente pensaba que era la correspondencia de un amante. “¿Qué, seño....ya le llegó otra cartita?”
A veces no tenía tiempo ni para abrirlas, se me iban apilando. El temperamento de las cartas-bomba era variado: a veces poéticas, a veces rabiosas, a veces grotescas: nunca sencillas. El sobre podía venir plano o así de choncho, en tal caso sabía que el papel traería un sinfín de dobleces. Con decirte que una de las serpientes enviadas, de puro papel doblado, mediría, no sé, unos dos metros.
Te confieso que no sabía qué hacer. Si darle las gracias, si contestarle, si iniciar un diálogo a partir de sus bombardeos: decidí no hacer nada.
Algunas de las que llegaban al Museo las apilaba en una caja de cartón y apenas me las devolvieron hace algunos años. Al salir del Museo olvidé sacar esa caja de allí. Como te digo, fueron tantas, nunca falló, ni un solo día siquiera...

Marcos había iniciado una relación conmigo tiempo atrás, en los años en que dirigí el Museo Universitario de Ciencias y Artes (MUCA). Creo haber entendido lo que él se proponía hacer e igualmente sé que él se vinculaba con mis propuestas. De alguna manera me convertí en un factor de empuje para su tremenda creatividad o al menos para esa en específico. Déjame decirte que él jamás se atrasó en el envío de sus bombas. A veces creo que cuando se ponía a fabricar esas cartas hacía varias a la vez. No lo sé, pero a mí jamás me llegaron dos juntas, hecho que hablaba bien del correo postal mexicano, años antes del ciberespacio.

Un día en el MAM estábamos en plena inauguración. Presentábamos diversos libros de artista. De repente se acerca el guardia y me dice: “Maestra, llegó un loco con un hacha”
-“Déjelo pasar”. Yo sabía que era él. Entró con su overol color blanco cargando su hachota al hombro. En el otro brazo llevaba una caja grande de madera. Así entró gesticulando y murmurando quién sabe cuánta cosa. De pronto, en una esquina, deja caer su cargamento con un ruido seco. Lógicamente nos atrapó. Comienza así a desplegar su objeto: saca el poste de una silla como si fuera una pata. Una parte de la caja la convierte en el asiento y él, por la postura que toma, se convierte en silla. Por el respaldo se asoman sus ojos (porque él queda detrás). La silla, por decirlo de alguna manera, está amarrada a su cuerpo. En esa posición comienza a llamarle al guardián con señas de “siéntese, cabrón, si no lo voy a aplastar”. Finalmente alguien más se sienta en sus “rodillas-silla”, creo que fue Macotela, no estoy segura, Luego ensayan otros y otros más. Por ahí andaba su nena de unos cinco años. En eso se le acerca un reportero y le hace la clásica pregunta de -maestro Kurtycz, usted ¿qué está representando?” Silencio. -Mire, es una entrevista para el diario... No obtiene respuesta. -Señor Kurtycz, lo estoy grabando. Y así sigue y sigue intentando lo imposible hasta que Marcos jala a la niña del vestidito y quizá le dice algo al oído o quizá ella por sí misma, no me acuerdo bien, le responde al periodista de modo contundente ay. pero ¿qué no ve que las sillas no hablan?”. Dicho esto, Marcos recogió y dobló sus cosas y se fue sin decir palabra. El público quedó encantado y el reportero como chancla.

Años más tarde yo puse una instalación en Chapultepec. Eran 100 metros de un camino de basura, allí, donde caminan los paseantes del parque. La basura estaba recién pintada de negro para que se viera quemada.
Estaba a punto de inaugurar cuando veo a un tipo en estado lamentable, sentado en la basura misma. Llevaba un sombrero gris, tejido. Me le acerqué a pedirle que se moviera. No se inmutaba ni me respondía. “Lo voy a tener que sacar, señor, estamos por inaugurar”. Me acerqué aún más cuando este hombre volteó para enseñarme la otra mitad de su cara. Estaba con vendajes en el cuello. ¡Eres Marcos! ¿qué haces aquí? Salte inmediatamente. Esto te va a hacer daño, te vas a infectar, ¿qué no ves que es basura? Lo acababan de operar de un tumor en el cerebro. Se levantó erguido, sin mirarme. Traía una pancarta en defensa del bosque y comenzó a repartir tarjetas de “cuidemos el bosque” o algo parecido. Hizo su performance y se fue, como siempre, sin decir palabra. Alguna vez le comenté a Ana, su mujer, que después de su operación, Marcos parecía más sereno. Me daba la impresión que era más fácil hablar con él. Ella me dijo que no. Sea lo que fuere, Kurtycz creó una dinámica muy particular, le llegaba mucho a los chavos: a los de mi generación, no tanto. Yo fui testigo de cómo inspiraba a artistas más jóvenes, en cambio los mayores no entendían su aparente violencia. Adoraba trabajar con fuego, por ejemplo. Marcos era un artista fuera de convenciones tanto como diseñador, performancero y seguidor de su propia pasión y energía.

A veces me imaginaba que su casa era un tilichero y así se lo expresé alguna vez a su mujer. Eso era fácil de deducir al ver los collages, lo que iba juntando para sus obras, para sus cartas-bomba. Podía imaginar todo lo que guardaba en su casa. Supe que tenía hasta serpientes.

Marcos Kurtycz no fue acogido por instituciones, simplemente porque no les interesaba. No fue comprendido en su momento. Su público era acotado: gente joven. Sus seguidores eran setenta, cien personas. Era en toda forma, un maravilloso artista de culto con una ética inquebrantable.

Alguna vez, un artista conocido, contemporáneo suyo, llegó a la Tate de Londres enfundado en una máscara. El guardia lo paró y le dijo que así no podía entrar. El artista pidió hablar con el director. -Dígale que llevo esta máscara porque tengo la cara quemada- le dijo para lograr su cometido. Eso es algo que Marcos Kurtycz jamás hubiera hecho, ¿me explico?


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Conversación con Flora Botton
Marcos, más polaco que el vodka, conoció a Mercedes, su primera mujer, en Cuba. De allí se regresó a Polonia y ya después se vino a México. Hablaba algo de español por su estancia en La Habana. Tenía un talento brutal para las lenguas. Aprendió a escribir más que correctamente inglés y desde luego español. Lo conocí en el Centro Deportivo Israelita, lugar que ninguno de los dos solía frecuentar. Estábamos haciendo un disco LP con textos del Popol Vuh y Marcos iba a diseñar la portada. Te hablo de 1973. La grabación se prolongó muchísimo y salimos muy de madrugada. No me acuerdo qué pasó pero volvimos a vernos. Supongo que me pidió mi teléfono a algo así. Enseguida descubrimos amigos en común, a Ludwig Margules por ejemplo y a tantos más que hasta nos parecía extraño por qué tardamos tanto en conocernos. Me enamoré perdidamente de él, tanto así que al mes ya vivíamos juntos. Nos pusimos a buscar una casa todos los días y la encontramos en San Ángel por pura casualidad. Había un letrero miniatura que decía “se renta”. Al entrar a conocerla supimos que nos íbamos a quedar en esa casa y así fue durante los cinco años que fuimos pareja.
Marcos Kurtycz era distinto a todas las personas que yo conocía: decidido, arbitrario y sobre todo con una creatividad desatada, enloquecida. Era un remolino, no paraba ni un segundo.
Antes de mudarnos, Marcos fue a visitarme al departamento de la colonia Condesa donde yo vivía. Llegó con Anna, su hija de tres años. Todavía recuerdo el impacto de su presencia.
Anna es mi hija y la hija de su madre. Sus hijos son mis nietos y en cualquiera de los destinos donde ha vivido yo la he ido a ver. Soy su segunda mamá y ella mi única hija.
De Marcos me cuesta trabajo hablar. Lo quise muchísimo y siempre nos seguimos viendo. El fue parte esencial de mi familia aunque ya no éramos pareja. Recuerdo cuando se murió mi perro. Marcos vino por él y se lo llevó a enterrar. Una vez una rata se metió a mi casa ¿y a quién le hablé? ¿ a los fumigadores? No, a Marcos. Alguna vez choqué y Marcos me dejó su coche. Marcos por allí y por acá. Sin embargo, como pareja fuimos un desastre. A cada rato movía los muebles porque siempre necesitaba disponer del espacio para sus cosas. Como huracán y torbellino era tremendamente invasivo, pero también puedo asegurarte que así, con intención, nunca le hizo daño a nadie. Podría llevarte entre las patas pero no con ganas de fastidiar. Durante el tiempo que vivimos juntos por suerte no tuvo su época de las víboras porque yo les tengo fobia. Aunque cada quien hacía sus cosas yo solía involucrarme en sus proyectos. Sacaba fotos, le ayudaba a documentar sus happenings y en alguno que otro proyecto sí participé activamente. ¿Recuerdas el Cine París allá en Paseo de la Reforma? A la salida del cine Marcos instaló un escritorio pequeñito con su silla y una máquina de escribir Lettera 22. Yo me senté de frente al camellón y comencé a escribir muy concentrada. La gente se acercaba a ver qué estaba yo haciendo mientras Marcos tomaba fotos del suceso. Si me preguntaban qué hace usted, yo escribía qué hace usted, si me preguntaban si trabajaba en una oficina escribía tal cual la misma pregunta. En este mundo tan ordenadito, tan lleno de reglas, someterse al torbellino Marcos Kurtycz era algo extraordinario. El final de nuestra vida en pareja fue catastrófico, típico de cuando la gente se quiere pero ya no puede estar junta. Siempre mantuvimos un punto de unión en parte gracias a Anna. Y todos, hasta la mamá de Anna, querían que yo la siguiera frecuentando.
En nuestra forma de vivir siempre Marcos hacía maravillas. recuerdo un domingo que estaba lloviendo. Teníamos el lavadero afuera. De pronto Marcos salió y al regresar se trajo unas vigas de aluminio y hojas acanaladas de fibra y le construyó al lavadero un techo. Necesitábamos una estufa porque la cocina sólo tenía quemadores. El horno costaba más que la estufa. Ambos teníamos vochos, así que lo cargamos en el coche de mi mamá porque era más grande. En un rato quedó resuelto el asunto porque para él resolver ese tipo de asuntos era pan comido. A cambio, todo giraba en esa casa, todo perdía su lugar, todo tenía un carácter portátil. Yo sabía muy bien que estaba viviendo con un artista de gran vigor. No había duda. Los dos trabajábamos para el Fondo de Cultura Económica. Cuando me invitaron a colaborar allá, pedí una licencia en la UNAM y entré a dirigir unas colecciones literarias. Salíamos de casa juntos y, eso sí, cada quien llegaba a otro edificio. El tenía un espacio para preparar y diseñar unas colecciones. Digamos que Marcos hacía para el Fondo un trabajo libre, sin horarios pero que le llevaba todo el día. Nos encontrábamos para cenar.

Marcos era menos amiguero de lo que parecía. Mucha gente lo consideraba un gran amigo pero no siempre eran correspondidos. De quien fue íntimo, sin duda, fue de Ludwig Margules. Hablaban mucho de Polonia, de los artistas polacos, de la forma en que cambió la realidad de su país y de las condiciones de trabajo para los artistas. Ludwig, de origen judío, le hacía bromas porque la madre de Marcos también lo fue pero se convirtió para casarse con el padre de Marcos. Se apellidaba Tiefenbrunner. A Marcos no le gustaba que lo relacionaran con ninguna religión. Yo le hacía bromas de que seguro había sido monaguillo y que Woytila le había dado clases en Cracovia.

En una ocasión hicimos un viaje extraordinario a la sierra entre Jalisco y Nayarit, a un pueblo huichol que se llama San Andrés Cohamiata, un sitio incomunicado. Fuimos con un poeta portugués amigo de Marcos muy neuras, lleno de pastillas para los nervios, para dormir, para despertar... Ese pueblo no tenía ni tiendita Consaupo. Las provisiones llegaban por avioneta. Puedes imaginar que el lugar era apartado y solitario. En ese escenario nos ofrecieron probar peyote y resultó una experiencia extraordinaria. Podíamos tocar con los ojos, el oído estaba tan sensible que era capaz de percibir el roce de tu pie contra la hierba. Esto en cuanto a Marcos y a mí, porque el portugués tuvo un viaje malísimo. Esos días fuera de la civilización, en que absorbíamos todo, fueron un regalo. Recuerdo que en pleno viaje de peyote pasamos al borde de una barranca altísima como de 500 metros. Abajo había un pueblo que estaba en fiesta. Marcos, aún en ese momento, sacaba y sacaba fotografías. Como te digo, pasara lo que pasara él nunca dejaba de maquinar.

Marcos Kurtycz se casó dos veces. La primera con Mercedes Escamilla y la segunda con Ana García Kobeh. Con ambas tuvo una hija, Anna y Alejandra. Curiosamente yo estoy muy cerca de todas ellas.
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Conversaciones con Marcos Kurtycz - Ana García Kobeh
Un día cuando trabajaba en el Foro de Arte Contemporáneo a finales de los setenta, allá en la calle del Oro cerca de La Cibeles, entró un sujeto extraño. Yo estaba en el segundo piso flanqueada por Arnold Belkin y Enrique Bostelman. El señor en cuestión vestía todo de azul ,estaba rapado y tampoco tenía cejas. Los zapatos y el cinturón estaban pintados y la camisa y el pantalón eran del mismo tono. O sea: todo azul. “¿Y ese quién es?” le pregunté a Bostelman. “Ese es puto” me contestó sin siquiera voltearme a ver. En realidad Bostelman lo conocía y lo apreciaba. De ahí la broma. Habían hecho juntos el libro de Ciudad Sahagún (que, dicho sea de paso, se ha vuelto un ejemplar difícil de conseguir).
Yo tendría entonces unos 27 años. Cuando Bostelman y Belkin se fueron de la galería me senté en el escritorio a sacar mis pendientes de trabajo. El tipo extraño se acercó, sacó de la bolsa de su camisa un libro dorado. –Ábrelo- me dijo. En las primeras hojas aparecía el dibujo de un tigre. En ese momento él le trazó arriba de las orejas un globo de esos que llevan los comics y escribió mi nombre . Volteó a verme y me dijo “el tigre piensa en ti”. Así entró en mi vida Marcos Kurtycz.

No puedo negar que enloquecí. Quedé tocada por su voz, su presencia. Me invitó a comer y allí empezó un vínculo que transformó mi vida. Duré poco en esa chamba porque durante una acción que se llamó “Muertos en el foro”, Marcos hizo una especie de “sacrificio”. La alfombra se quemó por el ácido fluorhídrico que usaba en el performance. Ese mismo día me corrieron.

Nos casamos bajo el rito maronita. Durante años me dediqué a trabajar con él en todo. Marcos tenía una vida particularmente activa en el mundo editorial, ya sea en el teatro universitario donde se encargaba del diseño y la producción de todos los programas y carteles, como en la hechura de libros. Recuerdo, por ejemplo, el cartel que sirvió para inaugurar el Teatro Juan Ruiz de Alarcón o para la obra Lástima que sea puta. En el ámbito del teatro siempre hizo equipo con Juan José Gurrola, Alejandro Luna y Ludwig Margules, pero también fue el diseñador de las obras de Manolo Fábregas. “Es mi ganapan” solía decir. Su colaboración con editoriales era amplia. Diseñó, por ejemplo, el logo de Nueva Imagen o el que hasta la fecha sigue usando Editorial Diana. Era alguien que siempre tenía las manos ocupadas y la cabeza no dejaba de girarle a toda hora. Mientras hacía el diseño de un libro, simultáneamente hacía un proyecto personal. Poco a poco lo segundo fue ganando terreno. Solía distinguir con bastante claridad la chamba del trabajo y no tenía duda respecto de las jerarquías de ambas actividades.
Paralelamente a su chamba, comenzó a producir acciones, libros de artista (hubo una temporada en la que se propuso hacer un libro diario), instalaciones. En este rubro yo estuve muy involucrada con él. Es decir, entre el 79 y el 82 el cien por ciento de mi tiempo estuve metida con esos proyectos, registraba los hechos o le ayudaba en sus acciones callejeras.
En 1980, por ejemplo, se hizo un performance patrocinado por el CREA y Canal Once que tenía un matiz lúdico. Lo digo porque la mayoría de sus acciones se recuerda más bien con un carácter estridente, ¿me explico?
En esa ocasión, detrás de un panel, cortó dos huecos, sacó los brazos y con una pluma gruesa dibujó un retrato a ciegas. Esas dos manos era lo único que estaba a la vista del público. A partir de esto, Marcos retomó el leit motiv que apareció en otras acciones. Me refiero a su infancia como polaco en la guerra y a la forma en que eso cimbró su vida. En una autobiografía escribió solamente diez líneas y la primera decía: “mi primera experiencia fue la Segunda Guerra Mundial”. Muchos de sus libros de artista remitían a su familia polaca. La rama paterna de su familia era de comerciantes de caballos y la imagen del abuelo con sombrero y traje oscuro fue muy recreada en distintas piezas.

En la vida cotidiana, durante todos los años que vivimos en pareja, permeaba siempre esa actitud de acción, las 24 horas del día. La casa y el taller estaban juntos. No había una línea divisoria que marcara dónde empezaba y terminaba esa frontera. Quienes nos visitaron durante todos esos años, recordarán las charolas que preparaba Marcos. Siempre eran una propuesta estética en la que juntaba objetos disímbolos. Traía el té y el azúcar pero con trastos ilógicos, siempre en torno a una composición. Ah. Y el té, claro, como buen polaco, servido en vaso, nunca en taza.

Nuestra hija nació en 1982. Durante sus primeras fiestas de cumpleaños, Marcos desplegaba sus mejores trucos, en ocasiones excesivos. Una vez llenó la piñata de explosivos y los niños de la fiesta lloraron de susto. En otra fiesta se subió a una antena de una altura indescriptible Puso a volar unas tiras tratadas químicamente. A la hora de colocarles un cigarro encendido, el papel se comenzó a quemar de tal forma que comenzaron a salir palomas desprendidas del papel. Era impresionante verlas volar desde lo alto. Yo casi me muero de verlo trepado a esa distancia.

Para hacer su trabajo, Marcos Kurtycz juntaba todo. Por eso nuestra casa era como la residencia de un pepenador. Imagínate, para hacer un libro diario traía, por ejemplo. todos los residuos de la imprenta. Jamás llegaba a casa con las manos vacías. Teníamos cajas de fibra para tallar los trastes, láminas de unicel, moldes de madera de una antigua fábrica de piezas para ferrocarril, miles de metros de fibra de vidrio y todo el material impreso del cual podía echar mano. Iba al centro y conseguía viejas libretas de contabilidad, hojas sueltas de libros antiguos, papeles raros, estampitas alemanas, estampitas religiosas. Más adelante comenzó la verdadera fauna: una tarántula, una viborita y después una serpiente de dos metros de largo. Vivíamos los tres rodeados de toda esa lluvia simultánea, así que en medio de todo ese caos creativo yo tenía que hacer funcionar el hecho vulgar, simple y cotidiano de comer tres veces al día.

No sé en qué año me compré un mueble precioso de principios de siglo. Aún lo conservo. Una noche cuando llegué, Marcos le había serruchado el fondo porque pensaba hacerle a la niña un teatrino.
Para fabricar sus máscaras, con frecuencia usaba mis cosas. Un día encontré una moneda griega que me había regalado una amiga, una cartera y cosas así. También deshizo un cinturón nuevecito y aprovechó la hebilla para fabricarme un collar. Tenía esa manía de transformar las cosas.

Una amiga de mi hija se quedó a dormir. Marcos quitó todos los libros y objetos del librero y colocó a las niñas acostaditas en los entrepaños para hacer una serie de fotos que hoy forman parte del archivo.
Para él la vida y la obra eran lo mismo, siempre permanecían enlazadas. Por eso se explica la presencia de todos esos elementos de acción en su vida cotidiana, en su vida familiar, de amistad o de trabajo.

Ese mismo principio estaba presente el día que lo conocí cuando se sacó de la camisa aquel libro dorado que hizo por ahí de los años setenta junto con su hija Anna. Fui testigo varias otras veces del mismo acto, como quien da una tarjeta de presentación. Cualquier persona que tenga el libro recordará esa frase tantas veces dicha y repetida: “el tigre piensa en ti”.
La vida y la obra de Marcos Kurtycz fueron eso: una misma línea de acción.

martes, 13 de septiembre de 2011

Uno de Sandro Cohen




El verso no tiene la culpa: para abrir apetito o ponerse a dieta (cuestión de enfoques)
por Sandro Cohen
Tomado de Caja de Resonancia.



EN LA LITERATURA, las nociones de modernidad
e innovación son resbalosas por relativas: hay obras contemporáneas que
nos parecen envejecidas, y textos antiguos que siempre se antojan frescos. No
soy el primero en señalar esta paradoja, ni tampoco seré el que logre definir lo
moderno en la literatura o especificar el papel de la innovación.
Pero me parece necesario reflexionar sobre el tema porque parecería que los
mismos literatos han perdido el rumbo en este sentido, sobre todo los creadores
jóvenes.

Estamos tan obsesionados con la idea de la
novedad que nos hemos cegado a valores artísticos más discretos y, al mismo
tiempo, sustanciosos; según este criterio, tanto influencias —lo que uno tiende
a ocultar— como homenajes —donde manifestamos conscientemente nuestras
influencias— repercuten necesariamente de manera negativa: ningún conjunto de
obras debe parecerse entre sí. ¿Cuál de las dos representa novedad? Para
ilustrar esta pregunta, ofrezco seis más que no tienen que aceptarse, de manera
obligatoria, como retóricas:


1. Si ha habido innovaciones
recientes en la literatura, ¿lo son aún?


2. ¿Cómo se anquilosa la innovación?


3. ¿No se trata, en el fondo, de
cambios de matiz o de enfoque?


4. ¿Es cierto que todo buen arte fue
revolucionario en su tiempo? [Bach]


5. ¿Estaremos hablando únicamente
del aspecto formal?


6. ¿Puede haber una revolución
de temas, inquietudes o trasfondo humano?


En México se ha librado una batalla
estética en torno a la poesía que algunos han reducido a una supuesta pugna
entre el formalismo y el versolibrismo. Si permitimos que la
problemática se plantee de esta manera, lo más seguro será que nada saquemos en
claro, y si algunos críticos lo han planteado así, se debe a su ignorancia de
la evolución de la literatura.

Ciertos poetas sienten una verdadera fobia
por los aspectos formales de su arte; como todas las fobias, esta se debe
seguramente a alguna crisis personal del escritor en cuestión, algún miedo a
reconocer sus propias deficiencias como creador, y —para no reconocerlas— niega
que existan; invoca a la modernidad y nos asegura que Esas son cosas
del pasado… ya no se escribe así. Pero, así ¿cómo? He aquí la pregunta que
difícilmente podrán contestar, porque estos escritores, al encontrarse frente a
frente con un poema no escrito en verso libre, se paralizan y no pueden ver más
allá del hecho de que posee una métrica regular o alguna rima. Su modernidad
no se lo permite porque, según ellos, Han superado la tradición; la
verdad es otra: no la conocen o no la entienden.

Lo que más impresiona es la rabia
mesiánica con que una serie de críticos ha arremetido en contra de los pocos
poetas (en realidad, no son muchos) que se han dedicado a comprender y asimilar
el fenómeno del soneto, por ejemplo. Y no sólo se trata del soneto sino del
verso blanco, la octava real, la décima, la lira y formas nuevas que han
surgido de la exploración de aquellas. Hay pasiones creadoras y otras que
buscan negar la del prójimo.



Forma, sin forma, informe: “Nosotros, los
buenos / Reaccionarios, ustedes"

El planteamiento de una poesía formalista
y otra libre no descansa en ninguna base histórico-literaria. La
división no puede hacerse de esa manera, en primer lugar porque formalismo
implica observación por la forma en sí, y no su empleo afortunado; en
segundo lugar, porque el calificativo libre es sumamente vago. La
libertad, sobre todo en el arte, no es por fuerza una virtud. Es más: como en
otros aspectos de la vida, sin el control adecuado puede resultar
contraproducente. De todos modos, me parece que la confusión es reciente, hija
de un siglo XX que se vio a sí mismo como un crisol de vanguardias que debían,
a ultranza, desterrar lo viejo, lo que oliera a viejo o lo que pareciera
viejo.

La moda actual que se llama erróneamente verso
libre no es novedosa. Algunos consideran los versículos hebreos una especie
de verso libre, aunque para sus autores se trataba simplemente de poesía:
aún no conocían los sistemas métricos que los griegos ya habían aportado. Lo
importante es reconocer que era verso, que ya poseía una forma gracias a
sus cadencias características que, más tarde, darían lugar a otro tipo
de forma. De este modo, negar que el verso libre sea una expresión formal
resulta un disparate: en rigor, ningún verso puede ser libre si pretende
ser verso.

La poesía griega se impuso con sus formas
peculiares, su práctica de combinar los pies poéticos ¬¬—cuya
conformación era bastante flexible— en cantidades prefijadas. Podían ser regulares,
como en el verso homérico, o irregulares, con base en la combinación de versos
de diferentes extensiones. Los romanos asimilaron el sistema griego, lo
adaptaron a las necesidades y exigencias de la lengua latina, y así
¬¬—transformado, enriquecido, vulgarizado, puesto al día— fue trasmitido
a todos los países que estuvieron bajo el dominio del Imperio. Las nuevas
lenguas románicas, por sus sistemas sintácticos particulares, no podían
aprovechar tal cual los esquemas de la métrica latina: el oído de los que
hablaban estos nuevos idiomas había evolucionado según otra lógica.

Un lector avezado, al zambullirse en los
primeros poemas que pudiéramos considerar de lengua castellana, se da cuenta de
que su métrica es aún titubeante. En la tradición juglaresca medieval, por
ejemplo, se utilizaban hemistiquios de variadas expresiones: 5, 6, 7, 8 y hasta
9 sílabas. Por otro lado, todavía estaba muy presente la noción de los pies
antiguos, la repetición de ciertas cadencias, a pesar de que ya había
desaparecido el criterio de las sílabas largas y breves en favor de una
cantidad fija de sílabas acentuadas y sin acento. La poesía juglaresca cedió al
romance, y en él empezó a regularizarse el metro en versos de ocho sílabas y
con asonancia alterna: abcbdbeb, etcétera. Pero ya existía desde el siglo XII
el heptasílabo que haría falta para poder asimilar con más naturalidad el
endecasílabo que los españoles importarían de Italia durante el Renacimiento.

Tal vez fue el canto lo que imprimió
cierta regularidad al verso popular castellano, el que dio lugar a la
versificación culta, ya muy cuidada en su aspecto formal. Esto, sin embargo, no
puede negar el origen primitivo de nuestra poesía, ese verso irregular
que no se ajustaba a la medida fija. El canto popular inspiró al poeta culto,
pero este fue quien pudo salvarlo para nosotros, gracias a su oficio; logró
universalizarlo al brindarle una forma que rebasara cada expresión regional sin
quitarle el alma: estos fueron, quizá, nuestros primeros poetas que además de
pasión, poseían oficio. No solo les interesaba el mensaje de alegría, dolor,
explotación o trascendencia religiosa que sentían como seres humanos y que
experimentaba paralelamente su pueblo. Les preocupaba brindar al contenido
humano la forma adecuada que le sirviese de vehículo expresivo capaz de
sobrevivir lo inmediato en términos tanto temporales como geográficos.

No les interesaba mayormente ser
originales: tomaban temas de la antigüedad, tópicos pastoriles y tradiciones
orales para hacerlos suyos. Aprovecharon formas importadas como el soneto para
expresar mensajes de muy diversa índole. Góngora adoptó la octava rima para
recrear la fábula de Polifemo y Galatea: un poema simultáneamente épico y
amoroso, pero sobre todo espectacular en su construcción eufónica y
sintáctica que predispone al lector para recibir el aluvión de imágenes con las
que el poeta decidió hilar su creación. El soneto era aprovechado para expresar
sentimientos amorosos, burlescos y metafísicos; los poetas de los Siglos de Oro
lo utilizaban tanto para lisonjear como para denostar; para trasmitir en una
cápsula cristalina de 14 versos su ternura o su desesperación. La forma no se
imponía a la temática; tampoco podía dictar el tono o el tratamiento de la
sintaxis. En breve: el hecho de elegir una forma x para escribir poesía
no debe coartar de ninguna manera al escritor; esto no incide en el plan
ideológico, sino que ofrece un medio que funciona expresivamente. Es una caja
de resonancia. Existen otras, desde luego, pero hay que saber escoger; hay que poder
escoger.

Históricamente hablando, en español por lo
menos, el verso irregular surge primero. No digo libre porque dudo que
exista; como señalé antes, si es enteramente libre, no es verso sino
prosa. Pretender, primeramente, que el verso falto de medida fija sea algo
novedoso inventado por Baudelaire, Laforgue y Whitman significa pecar de miope.
Lo rescataron, entre otros, y fue popularizado a lo largo de este siglo. En
segundo término, el verso irregular ¬¬—mal llamado libre¬¬— no carece de
sentido formal: posee una forma, obedece a las reglas de la
expresión poética, aunque estas no sean tan evidentes como en el soneto. El
verso sin medida fija es una forma entre muchas, una sola de las que
dispone el autor. Si este solo sabe manejar lo que llama verso libre, su
autoimpuesta limitación resulta castrante en extremo, como si un compositor
supiera maniobrar únicamente en la escala de si bemol mayor y que de ahí no
pudiera salir.

Es más: si el poeta no domina la
versificación liberal, si no sabe manejar toda clase de verso, dudo
sinceramente que sea capaz de escribir un buen verso irregular, libre o
el que fuera: el poema cuyos versos fluctúan caprichosamente es el más difícil,
y no lo digo simplemente para repetir el lugar común de los versificadores
convencidos, sino porque en el verso libre el canto se desafina con
facilidad; su caja de resonancia no se halla a prueba de los años; se trata de
una cuerda floja en constante movimiento; el riesgo de deslizarse a los
terrenos de la prosa es enorme, y hace falta un poeta con un oído sumamente
desarrollado para no precipitarse al abismo. Los inexpertos ¬¬difícilmente
salen bien librados; tienen sus momentos brillantes, sus giros afortunados y
sus hallazgos indudables. ¿Pero cuántos libros maestros hemos escrito en
verso libre en México? Y antes que el lector elabore su lista, que se asegure realmente
de que se trate de verso libre: que carezca de regularidad en la cadencia, la
extensión del verso y que no recurra a lo que sucede con más frecuencia cuando
pensamos hallarnos ante un caso de una composición libre: combinaciones
de versos tradicionales o que estos se dividan en dos versos o más.

Por ejemplo: un endecasílabo italianizante
en dos versos, de siete y cuatro (o un sáfico en uno de cinco y otro de seis);
un heptasílabo seguido por un endecasílabo en una sola línea (Neruda y Vallejo
eran adeptos a este truco que nos hacía creer que eran partidarios de la libertad
en verso). Este tipo de composición puede mezclarse con heptasílabos o
pentasílabos a secas, o pueden unirse en un solo verso un eneasílabo inicial y
después un heptasílabo. No hay arbitrariedad alguna; las respiraciones
impuestas por el poeta ¬¬—aparentemente naturales¬¬— van marcando las cesuras
(no se trata de hacer una contabilidad amañada). Existe lo mismo en Sabines,
Paz y Huerta.

Por supuesto: las combinaciones no tienen
que ser necesariamente impares, ni siquiera tienen que ser necesariamente
impares, ni siquiera deben ser de uno u otro tipo: muy popular entre los
supuestos versolibristas ha sido el verso de seis combinado con el de ocho y
diez. El alejandrino es híbrido: siete más siete son catorce, y este se lleva
muy bien con el de once, nueve y siete. Los encabalgamientos, por otra parte,
hacen milagros matemático-sonoros y posibilitan combinaciones que producen muy
variados efectos rítmicos parecidos a los que se buscan en un verso libre,
sin sacrificar la solidez estructural del poema.

A los poetas que han vuelto a explorar los
caminos tradicionales han sido acusados de anticuados y hasta reaccionarios de
la poesía. Por otro lado, y según los acusadores, los que han abandonado valientemente
lo que ellos consideran técnicas superadas representan a los buenos,
al ala progresista de la poesía en México. Disiento.

Representan tan solo a la ignorancia
triunfante; sus oídos atrofiados ya no captan los matices del verso y así lo
confunden con la prosa. Se creen a la vanguardia, cuando en realidad se han
acomodado en un facilismo recalcitrante desde su posición de repetidores
inconscientes de una poética cuyo modelo es el ahí se va en lugar
de encontrarlo en el trabajo, la investigación, la superación constante. No se
los puede tomar en serio como poetas, pero editan libros como si de veras lo
fueran, y el público lector que impera ¬¬—desafortunadamente¬¬— acepta a los
gatos como si fueran liebres.


Los puntos sobre las íes: la poesía es la
poesía, y ya

Las generaciones nacidas en las décadas de
los 40 y los 50 llegaron al mundo bajo el signo de la rebeldía. Eso de tener
que aprender a versificar les parecía odioso (hacía falta mucha práctica y se
trataba de publicar cuanto antes). Sus miradas piadosas se dirigieron hacia
nuevos dioses de la vanguardia que, en su búsqueda de libertad, habían
rechazado los viejos cánones. Desgraciadamente, muchos de los nuevos dioses
resultaron falsos: sus caminos no llevaban a ninguna parte más allá de la
ruptura. Por lo menos ellos ¬¬—los surrealistas, simbolistas e imaginistas¬¬—
se rebelaron con un claro conocimiento de causa: dominaban a la perfección el
oficio antes de lanzarse a la aventura. Quienes nacieron a partir del medio
siglo, en cambio, no lo aprendieron de manera natural. Les enseñaron que había
que ser libres y que fueran indulgentes con su yo. Que se
expresaran espontáneamente. Los burros cuando dan de patadas también se
expresan de este modo, pero la riqueza de esa expresión queda en tela de
juicio.

Seamos honestos: aunque el surrealismo,
por ejemplo, no nos dejó ninguna Divina comedia ¬¬—ni siquiera una Piedra
de sol o Muerte sin fin (por mencionar solo dos libros nuestros que
nada tienen que ver con el verso libre pero que ya se han convertido en
clásicos¬¬— nos abrió muchas puertas retóricas. Eso son, porque estamos
hablando de arte, no de enchilameotra: quien piense que la
espontaneidad lo es todo se equivoca. La poesía debe amanecer fresca en cada
lectura, y para lograr ese fin el poeta requiere de mucho colmillo, necesita
echar mano de cuanto truco conoce y pueda aprender. La sinceridad del poeta
tiene que trasmitirse a un público que él no conoce; debe universalizar su
expresión y no perderse en el cuento superficial. Las formas ¬¬—las que sean¬¬—
se comportan —ya lo hemos visto— como vehículos expresivos, y esto incluye a la
versificación irregular, libre o llámese como se quiera. La poesía es un
arte, y ningún arte se domina por equivocación o azar; tampoco en tres días. El
poeta que no tiene oficio es un dilettante, y tener oficio implica
versatilidad, un amplio manejo de recursos artísticos y la dedicación que
conlleva un gran respeto. Este respeto entraña —a su vez¬¬— la obligación de
asimilar sus lecciones; si no, estaremos condenados al descubrimiento del
eterno hilo negro.

Creo que lo anterior es demostrable a la
luz de la experiencia que hemos acumulado colectivamente durante los últimos 50
años. Si los repetidores incautos de la supuesta poética versolibrista hubiesen
comprendido a sus maestros, se habrían dado cuenta de que no se trataba de
verso libre. ¿Cuántos Efraín Huerta chiquitos hay en México ahora?
¿Cuántos Jaime Sabines? ¿Cuántos Octavio Paz? Y, para colmo, si uno ensaya la
forma cerrada o el verso blanco, es un imitador de lo passé; como
si el endecasílabo fuera propiedad de Gilberto Owen, Rubén Bonifaz Nuño o
Garcilazo de la Vega, y no un verso (como ellos lo llamarían) democrático.

El verso libre, por otra parte,
puede resultar tan o más ampulosamente retórico que cualquier soneto
renacentista. El que no puede ver más allá de la forma ¬¬—verla por lo que es¬¬—
no es más que un ciego literario. El crítico que califique un verso u otro de sobado
peca de ingenuidad (a estas alturas, no hay verso que sea virgen ni remotamente
sin mancha). Si un verso o una forma más elaborada persiste, será porque aún
funciona. ¿Los endecasilabos de Othón son menos sobados que los de Paz o
Pellicer? Los versos, por sobados que sean, no pierden su validez. Lo
que sí la pierde son las actitudes fijas que no pueden con un mundo cambiante.


Si la forma sofoca al poema, no es
problema de la forma sino del poeta. Esto quiere decir que aún no ha llegado,
que no ha dominado su oficio. Puede ser cuestión de tiempo si el talento
existe, pero este vale poco sin el oficio, o en el mejor de los casos se
desperdicia. Triste situación la nuestra cuando se elogia a la ignorancia, y a
la excelencia se le teme. Yo le apuesto a la disciplina, el talento y la pasión
de los que se han molestado en formarse de manera sólida; a los que le hacen al
bluff social, creyendo que así se harán poetas de veras, el tiempo les
asignará su rincón en la historia.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Uno de Quevedo




Premáticas del desengaño contra los poetas güeros


Nos, el Desengaño, etcétera Por cuanto habemos sabido que la mayor parte del mundo, olvidada de nuestras verdades, ha dado en seguir la falsa secta de los poetas chirles y hebenes, por último y eficaz remedio de nuestros reinos nos plugo ordenar y ordenamos estas premáticas y las mandamos guardar a todos so las nuestras iras y penalidad de nuestra gracias.

1. Por lo cual, atendiendo a que este género de sabandijas que llaman poetas son nuestros prójimos y cristianos, aunque malos, viendo que todo el año idolatran mujeres y hacen otros pecados más enormes, mandamos que la Semana Santa recojan a los poetas públicos y cantoneros, como a malas mujeres y que los prediquen para convertirlos; y para esto señalamos casas de arrepentidos, que según es dureza, no las estrenarán.
2. Ítem. Advirtiendo los grandes bochornos que hay en las caniculares coplas de los poetas del sol, como pasan a fuerza de los soles que gastan en hacerlas, ponemos perpetuo silencio en las cosas del cielo, señalando meses vedados (como la casa y pesca) a las musas, porque no se acaben con la priesa que les dan.
3. Ítem. Habiendo considerado que esta infernal secta de hombres condenados a perpetuo concepto, despedazadores y tahúres de vocablos, han pegado la dicha roña de poesía a las mujeres, declaramos que nos damos por desquitados con este mal que les han hecho del que nos hicieron en Adán.
4. Ítem. Por cuanto el siglo está pobre y necesitado de oro y plata, mandamos que se quemen las coplas de los poetas, como franjas viejas, para sacar el oro y la plata que tienen, pues en sus versos hacen sus ninfas de todos metales como estatua de Nabuco.
5. Ítem. Advertimos que la mitad de lo que dicen lo deben a la pila del agua bendita por mentiroso y que sólo dicen verdad en decir mal unos de otros.
6. Ítem. Habiendo advertido que han remitido todos el juicio al valle de Josafat, mandamos que anden señalados en la república y que a los furiosos los aten; concediéndoles los privilegios de los locos, para que en cualquier travesura llamándose a poetas, como prueben que lo son, no sólo no les castiguen por lo que hicieren, sino les agradezcan el no haber hecho más.
7. Ítem. Advirtiendo que después que dejaron de ser moros (aunque guardan algunas reliquias) se metieron a pastores todos, por lo cual los ganados andan secos de beber lágrimas, la lana chamuscada del fuego de sus amores y tan embebecidos en su musical que no pacen, mandamos que dejen tal oficio, y a los amigos de soledad les señalemos ermitas y que los demás, por ser oficio alegre y de pullas, se acomoden en mozos de mulas.
8. Ítem. Por estorbar los insolentes hurtos que hacen, mandamos que no se puedan pasar coplas de Aragón a Castilla, ni de Italia a España, so pena de callar un mes el poeta que tal hiciere y se reincidiere de andar un día limpio.
9. Ítem. Declaramos y mandamos tener entre los desesperados que se ahorcan y despeñan, y como tales que no los entierren en sagrado, a las mujeres que se enamoran de poetas a secas. Demás desto, advirtiendo la innumerable multitud de sonetos, redondillas, etcétera, que han manchado el papel, mandamos que los que por sus deméritos escaparen de las especerías vayan a las necesarias sin apelación.
10. Pero advirtiendo con ojos de piedad que hay tres géneros de gentes en esta república tan sumamente miserables, que no pueden vivir sin tales poetas, como son ciegos, farsantes y sacristanes, permitimos que haya algunos oficiales desta corte conocidos, los cuales tengan carta de examen del cacique que fuere en aquellas partes; limitando a los de las comedias a que no acaben en casamientos, ni hagan las trazas con papeles y bandos, y a los ciegos que no subcedan los casos en Tetuán y que para decir la presente obra no digan zozobrar y a los de villancicos que no jueguen del vocablo ni metan más en ellos a Gil, ni a Pascual, porque se quejan, ni hagan pensamientos de tornillo que, mudando el nombre se vuelvan a todas las fiestas. Y últimamente a todos los poetas en común les mandamos descartar de Apolo, Júpiter, Saturno y otros dioses, so pena que los tendrán por abigados a la hora de su muerte.
Todas las cuales cosas mandamos guardar a nuestras justicias inviolablemente con el rigor acostumbrado.



Francisco de Quevedo

jueves, 8 de septiembre de 2011

No viven, arrastran de Iliana Vargas



Buscando lo que no buscan: desarmarse sin saber que se desarman. Llorando lo que creen que no lloran: trastocan el invento, deslumbran sus propios ojos colgados de los árboles, secan el fruto recién esperanzadamente parido. No persiguen lo que persiguen obstinadamente: son incapaces de dejarse en paz la costra que, hecha para no olvidar el dolor, da comezón a diario. No dicen lo que estalla en sus párpados caídos en la luz de la nostalgia: gritan, acusan la imposibilidad de desempantanarse, de avanzar con las piernas y el cuerpo limpio, con la arañada conciencia en vías de regenerarse. No añoran lo que perdieron en el fuego, en el óxido, en la telaraña del desasosiego gratuito, del sufrimiento como impostura para jugar al maniquí azotado por la feroz incontinencia de la vida: no lo añoran porque lo sueñan, porque lo acunan en sus tiempos de ausencia, en sus idas al espejo: solos y vacíos. Ah! Pobres puntos apagados, enanas blancas esperando la consumación de su tiempo: no merecen ni un poco de asterisco ni satélite en mi galaxia de los puntos reflexivos. Puedo mirar sus cascarones, sus miradas autoconsumidas, sus corpulencias tintineantes e indefinidas, su inaplazable necesidad de robar a los otros lo que no pueden producir por sí mismos: sobrevivencia autogestiva. Es fácil identificarlos, incluso hablarles y soportarlos: hay que engañarlos haciéndoles creer que creemos sus engaños; no tomamos en cuenta ni sus insultos ni sus alabatorios; no nos interesamos en sus eufóricos proyectos que, como todo lo eufórico, se apaga con su propio incendio; no les hacemos ningún daño, por el contrario, les queremos, les alimentamos el ego y les decimos lo que quieren escuchar con tal de que no sospechen nunca que sabemos lo que de ellos creen que ignoramos: así son los fantasmas de reflexiones puntillosas: escarabajos cósmicos condenados a vagar en túneles que conectan cientos de galaxias: condena ganada a causa de haber sobrepasado la ruta tarifaria de vida que les fue concedida.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Visión de Tulio Chavarría






A MANERA DE RESPUESTA

Hace ya varios lustros conocí a un individuo, que después supe era y es Marco Fonz, de nombre.
Corría el mes de diciembre de 1994. El levantamiento zapatista dejaba aún su aroma de pólvora,
no sólo en México sino en el hemisferio occidental.

En esa fecha y comienzos de 1995 aún no sabía yo, joven al fin, lo importante que iba a ser

para mí el mundo de la poesía. Conviví con el escritor Fonz, bien, durante un año. Después se acul-

turó con la Ciudad de México, la cual había abandonado tiempo ha.

Poco a poco me enteré que Fonz había sido casado varias veces, que tenía 2 hijos, hoy no

sólo adolescentes sino adultos jóvenes. Sin que esto se trate de indagar la biofgrafía de Fonz,

pensemos por uno momento que todos tenemos una vida privada, un domicilio, una "libertad" de

tránsito. Garantías individuales cada vez más endebles ante los cacos y desgraciadamente la

"autoridad".

Me da gusto pues, ver a Fonz reflexionar poéticamente sobre su propia obra. Me parece

muy afortunada la imagen del cerebro como coral "negro". Aunque a decir verdad yo prefiero los

colores claros. El rojo "coral", el ámbar y hasta el amarillo que el sol pretende monopolizar.

No se diga el rastro de lluvia y de cristales que es el arcoiris.

Arco que Fonz monta y desmonta en su caleidoscópica y delirante poesía, en el buen sentido.

Los gusanos tratando de ver la luz al final del túnel son también una constante en el trabajo de Fonz,

el que conozco, claro está, pues no deja de publicar este maese.

Sean pues los claroscuros fonzianos una esperanza literaria, si bien ya es un escritor maduro.

Sean pues la tardes tornasoladas, que testificamos sin querer y que, con toda su belleza, eran el

presagio de la vorágine de violencia y sin razón, que estamos presenciando. En hora buena, el tra-

bajo de Fonz, independiente y ciertamente infantil, en el buen sentido.

El gigante que conversa con el gusano y comparten la hoja de la higuera o el peral. Sea, pues,

amigo, si bien la vida nos ha separado, nos vemos en la red. Salú.



Tulio Chavarría. Agosto, igualmente de 2011.

Poemas de Ricardo Esquer






UNA CANCIÓN PARA LA PAZ

Parece coincidencia la nitidez de la jacaranda
en el ámbito definido por la mañana creciente
la luz donde los artistas reconocen a sus semejantes
-trabajadores también- sin abandonar sus diferencias.
Por un momento los afanes de la ciudad cesan en la plaza
una brisa muy ligera mantiene limpios los colores
fresca la luz entera en la atmósfera propicia
los brotes de resonancias en el prado acústico.
Pero no por casualidad un pájaro suelta en el verdor intenso
una canción que muda de plumaje mientras vuela
para tomar la forma de tu paso por el mundo.
Eres provisional y efímero pero te ves volando
porque el artista levantó sobre la ruina del tiempo en ti
una ciudad para vivir clara y sencillamente en paz y libres.

UN RETRATO FIEL ES ÚNICO

el retrato fiel no se parece
imita al modelo
este ser vivo que deja de posar para tomar un trago

un ser vivo deja de ser modelo para comer algo
relajarse
conversar con el artista
pedir luz indirecta
un espejo donde beber la imitación de sí mismo

no el parecido se adhiere al cristal
este cuerpo desnudo frente a tus ojos danzantes

tus miradas y esta luz convergen aquí
en la orilla exterior del parecido
imagen y modelo
–ella fugaz en la líquida superficie de lo inarticulado
él alza su copa llena de vida que respira ruidosa–
anclados en márgenes opuestas de la palabra que pasa

el río comienza donde fluye la más grande invención
donde el retrato es fiel a la música alada
acicalada
salada y dulce
tierra adentro aquí
mar afuera
mar adentro allá
toda la civilización atenta a la frase
este puente fugaz y sonoro
revelado entre tú y yo
por una luz en la que creemos ciega
inconfesablemente

aunque el retrato nos repita varias veces
–¡no soy aquiles!–
y el modelo haga su pausa habitual entre dos sesiones
–la bata oscura contrasta con sus costados
pide agua
y nos devora con avidez
antes de volver al centro del círculo
donde todos podemos observarlo

este retrato es único por fiel
–¡no soy ella!
dices sin saber su nombre
la mujer del héroe
y sigues bailando
–eres el eje del planeta–
mucho después de que el poema termina


POR QUÉ DEBEN MORIR LAS PALABRAS

Por qué deben morir las palabras cuando cesan
las vibraciones de sus últimas letras en la tarde tranquila
el acomodo de sillones y cacerolas en alguna parte de ti
cuando su resplandor se apaga en la oscuridad de tu corazón
convencido sin embargo de que un silencio azul envuelve el mundo
aunque el día se ensancha a medida que la agitación y el vacío crecen
maduran y adquieren el derecho de existir
una mentira que terminas por creer después de repetirla cada mañana.

Las palabras mueren cuando no las decimos a tiempo
su figura hueca se incorpora al viento sin provocar el menor cambio
el incendio que alguna vez provocaron en la página grita presente en la ceniza
la vegetación marchita llevada por el aire silencioso
y no: el murmullo de lo que espera ser nombrado
en lugar de este recipiente funerario.



CARPETA MINOTAUROS Y SIAMESES DE ANDRÉS VÁZQUEZ GLORIA


MINOTAURO I

Estas líneas que brotan de mi cabeza carecen de palabras para hacerse gratas a tu vista. Desnudas ante el mundo y los hombres, ocultan su naturaleza con las ropas del arte, hábilmente tramadas sin duda, pero inútiles contra la punta que avanza en la noche, revela una presencia bajo el artificio. Las palabras no me impiden adelantarme en la luz hacia ti, oponer a tu naturaleza la discordia de la mía. Pero mis embestidas no consiguen más que palabras: sigues vivo. Y no necesitas palabras para saber que te perseguiré hasta verte en mis astas.

MINOTAURO II

Somos muy diferentes: no busco un espejo en ti, sólo un cuerpo que ensartar, sin rencor, mucho menos odio, miedo; tampoco me das curiosidad. No me invento mitos para tratar de entenderte. Sólo tenemos en común el sueño, ese túnel o puente donde te espero cada noche, oculto en tus propias imposibilidades: me descubres cuando empiezas a soñar. Y algunas veces ha sido tan espantosa la cacería que al despertar olvidas todo, a salvo en tu vigilia tan vanamente prolongada, porque me ves desde que empiezas a hacer bizcos. Pero es demasiado tarde: comienza tu pesadilla y mi fiesta a costa de ti.

MINOTAURO III

Tiene la vaga sensación de ser algo más que aquella discordia que termina por separarlo de todo y de todos los demás. Y a pesar de la infinita soledad que abruma su pecho fragmentado, lo mantiene en pie la levedad alada de aquella intuición. Tanto, que le cuesta trabajo reconocerlo, cimentar su fortaleza en algo tan sutil; de hecho se distingue más por su fuerza que por su actividad intelectual. Y somos nosotros, los que usamos palabras para estar juntos, los equivocados, al confundir el corazón con el alma. Tenemos alma; el minotauro sólo corazón. Sus intuiciones orientan su existencia oscura, incomprensible para nosotros, inexplicable para él mismo, pero real.


SIAMESES I

Nos vinculan sombras, profundidades, estados del ser inexistentes para los otros, los únicos. Entre nosotros la intimidad es propia y compartida a la vez, una parte del cuerpo que ya no le pertenece a uno pero que ya no lo siente, que es del otro contra la evidencia de la continuidad física, y es más intensa que la de los separados cuando se ayuntan, aunque no tanto como las de las madres encinta con el fruto de su vientre, pues de ahí la recibimos. Toda intimidad es divina cuando propicia la vida. Eso nos hace únicos ante el resto, cuando la unicidad nunca fue tan equívoca como aquí. Séanos lícito defender nuestro punto de vista, por justicia y no por misericordia, adecuada para enfermos y vencidos. Y no viene al caso.

SIAMESES II

La gente normal nos define por estar unidos. A nosotros nos gusta hacerlo por la bifurcación, por lo que apunta hacia lo singular y justifica el uso del nombre doble, pese a la consabida imposibilidad de la separación completa. Como quiera que sea, aquí se comprueba que todo ser humano es una isla, si se considera que está comunicado con otros por valles submarinos, además del mundo suspendido en las aguas que por su parte produce la ilusión del aislamiento. Piénsese en las manos de alguien vestido con mangas largas: ¿cabe decir por esto que nada tienen que ver una con otra?, ¿que son ajenas al cráneo que en algún punto entre ambas gesticula y habla, incluso cuando nada dice? Y este es el punto: sabemos que hay aquí dos individuos sin embargo inseparables. Somos un mundo con dos continentes. Uno y su sombra cada cual para el otro.

SIAMESES III

Estar unidos por la cabeza y separados en todo lo demás. Tal vez esta sea la manera más contradictoria en que pueden relacionarse dos personas, porque se unen las partes más ferozmente individualistas. Dos cabezas piensan mejor que una cuando están de acuerdo; una le ahorra a la otra el trabajo de volver a pensar las cosas, y comparten el mejoramiento de lo pensado. Pero si falta ese acuerdo, como en la mayoría de los casos ocurre, cada cabeza vuela en su propio firmamento, aunque los cráneos permanezcan adheridos a la tierra, al polvo que cada uno ve en su hermano, negando con vehemencia su propio vuelo. Considérese que nuestra parte más aérea es justamente la más elevada, el remate de nuestra anatomía. Donde culmina nuestra natural tendencia hacia la libertad. Y quizás este sea el único asunto en el que los demás nada tienen que decir, porque sentirse libre depende de uno mismo.

martes, 23 de agosto de 2011

Poética de la Inconexión




Poética de la Inconexión


Hoy, agosto del año 2011 lanzo como propuesta estética para la poesía lo que llamo La Poética de la Inconexión ¿Qué es y qué no es?

La Poética de la Inconexión no tiene los ojos azules ni es dios en la tierra, pero baila
la danza de todos los dioses de la naturaleza en la naturaleza y en la vida artificial.
No es humana pero practica el Antihumanismo.
No es lógica y no tiene un cuerpo armonioso; le gusta lo amorfo y la teoría de la belleza
difícil y la estética de la fealdad.
La Poética de la Inconexión no parte de una secuencia razonada. Practica el error como un ejemplo de la
libertad creativa y la libertad de vida y pensamiento.
No es imaginativa, es realista.
No es escritura automática. Es un sueño en una casa llena de espejos. Un árbol del
bosque de coral negro en el cerebro del poeta.
El Poeta de la Inconexión escribe versos como el cerebro crea pensamientos:
El pensamiento no es lineal, brinca de un lado a otro en su desorden ordenado.
Con mis Poemas Inconexos de La Poética de la Inconexión quiero decir algo pero no
quiero contar nada.
La Poética de la Inconexión se vea o no, al final se percibe:
Estamos rodeados por ella –se encuentra en el aire– pero sólo aquel que tenga los sentidos alterados podrá ser parte de ella.
Si la letra, la palabra y los versos son materia, entonces los espacios en blanco de
La Poética de la Inconexión es antimateria.
Los poemas escritos bajo esta propuesta estética son escritos por varios seres en uno, asimilados, aceptados como personalidades múltiples, necesarias para acompañar estos tiempos en los que la creación se acerca más a un suspiro: la atención del artista a la obra se mantiene hasta que interviene el mínimo distractor.
La Poética de la Inconexión prefiere dar un paso a la experiencia espacial en las múltiples realidades que medir todo por tiempo y vivir en el tiempo.



Excluir a la anécdota del poema. Estamos mal acostumbrados a buscar en el poema una historia o un cuento debido a la mala lectura de la poesía y mala práctica desde nuestras bases educativas. Si quieres contar un cuento pues escribes un cuento o una novela o un micro relato:
La poética de la Inconexión deja de contar historias y cuentos pero te dice algo que resulta intangible, insaciable y necesario para la conciencia y la experiencia existencial.
Si existiera una anécdota en el Poema Inconexo se desarrollaría sin lógica ni orden.
Lo sentimental y emocional se suple por lo sensorial y visionario.
Entonces los poemas que escribo son Poemas Inconexos y pertenecen a la estética que denomino La Poética de la Inconexión.

Cambiar de dirección requiere nuevo traje y nuevo calzado. Listos los materiales y herramientas en el saco creativo, listo el camino, listo el arriesgarse, todo listo y preparado para comenzar una nueva etapa en la poesía.

Los antecedentes de los Poemas Inconexos son claros, se inventa hoy lo que en otro momento de la vida poética se llamará Historia. Y esta Historia tendrá múltiples rostros. Y uno de ellos será La Poética de la Inconexión.


Marco Fonz / México, D.F.

martes, 26 de julio de 2011

POESÍA DE LOS AFERRADOS AL VACÍO por Héctor A.Ortega

de Poesiadelaeradelvacio Edit Start Pro, el martes, 31 de mayo de 2011 a las 9:46

En la literatura mexicana actual existe una angustiosa nece(si)dad por retratar la realidad a fuerza de mantener el televisor encendido, los periódicos abiertos y la computadora conectada a internet. Los textos resultantes, al final, convergen en lugares aderezados con crímenes que se tiñen con sangre anónima y se aromatizan con la fragancia del dinero, mismo que sirve para patrocinar compadrazgos que hacen de la violencia vulgar una “cultura alternativa” que suele ser aplaudida por intelectuales recalcitrantes. En el extremo opuesto, los que arguyen que las nuevas tendencias literarias buscan tejer apologías de la podredumbre humana, se inclinan por matizar la realidad con edulcorantes eufemísticos que también suelen ser celebrados por los críticos literarios. Bajo estas dos visiones se puede pensar que en las corrientes literarias actuales no hay posibilidad para encontrar los puntos de equilibrio.
Afortunadamente, en las periferias de la ciudad, donde la violencia se vive y la sangre se huele, el eufemismo puede anularse para dar paso a un tipo de poesía peculiar. No se trata de viejos que viven bajo la sombra de la amargura, ni de jóvenes que se cubren con las chaquetas oscuras del cliché contracultural: son simplemente poetas contraculturales, netos, sin edad, que gustan de dictarse a sí mismos; son roqueros, son culeros, son mordaces y sarcásticos; son los poetas mordaces y lúgubres de la colección de poesía DESTOS DEME DOS Poesía de la era del vacío, en la que igual converge el sutil tacto femenino como el más puro guarrismo machín o viceversa, porque en esta colección las mujeres tienen un papel fundamental.
EL COMIENZO
Conocí a R. Israel Miranda Salas hace casi diez años en el Zócalo, justo frente a Catedral. Por aquellos días todavía era un monaguillo con la cualidad de oficiar como sumo sacerdote en el arte del diseño gráfico y los choros mareadores. Su verborrea me sirvió entonces para adquirir cierta afición por las ediciones independientes en las que solía derrochar los pocos pesos que ahorraba. Israel resultó buen guía, ahora lo sé.
Ya entonces se le notaba la urgencia por moverse, por levantar el vuelo a costa de lo que fuera y como fuera, siguiendo sus propios cánones. Lo hizo convencido que para ello sería menester dejar varias “narices listas para el quirófano”, que perdería varios amigos y que tendría que comenzar de cero, de donde parten los culeros para sobrevivir.
Se me perdió algunos años, dos o tres, en los que su ausencia significó una pregunta recurrente entre quienes lo conocían y cuyas respuestas eran un desconocimiento total. Pero una buena tarde lo reencontré con tres coloridos libros en la mano, con la misma verborrea, el ánimo en plan de vuelo y esa capacidad histriónica que me sacudió de inmediato y me hizo adquirir los tres libros a precio de seis (aunque él juró que eran al tres por uno). No me arrepentí. Altavoz (José Luis Gutiérrez Rocha) abre magistralmente la colección con una poesía visual difícil de encontrar porque los textos no son completamente caligramas pero la formación tipográfica logra un efecto placentero para leer; Polaroids (R. Israel Miranda) y Kronos (Mónica Gameros) comenzaron, sin saberlo, a abrir un nuevo espacio en mi biblioteca personal debido a las cualidades que cada uno de los títulos posee para representar un mundo que es el actual pero que no intenta forzar con calzador lo que es evidente, situación que resulta un imán en los lectores.
LOS INCAUTOS
Los tres primeros títulos de la colección abrieron bien la vereda para publicar Arbotantes & pesadillas (Gerardo Meneses), la Antología Romanhilista y Palabras de sabiduría, único ejemplar de narrativa dentro de la colección que, como el hijo bastardo que es, curiosamente posee el carisma necesario para incomodar a Miranda.
Vinieron posteriormente Caida libre (Gameros), el maravilloso Ozyko (Marco Fonz), Medusas, cantos & sortilegios, una antología dirigida por Mónica Gameros cuya cualidad es reunir exclusivamente a mujeres con estilos diferentes, dándole un tacto peculiar al resto de la colección acaparada por hombres; y El monstruo de arriba de la cama (Miranda), libro-soundtrack que construye un puente generacional no sólo por su poesía descriptiva sino porque los títulos de cada poema son canciones de la banda sonora de vida del escritor. Con estos primeros diez títulos parecía que la colección cerraba magistralmente un ciclo, pero siendo Israel Miranda y Mónica Gameros visionarios de los problemas y unos aferrados a sus caprichos, continuaron publicando gracias a nuevos incautos que depositaron sus textos en la habilidad de los editores.
Certera fue la decisión de publicar Estación fin del tiempo (Gameros), la tercera antología Minotauro & el séptimo círculo, el doloroso Tarareos de abandono (Mauricio Ramírez Pacheco), Golpeándome la cabeza (Edgar Artaud Jarry) y Pata de perro (Oscar Altamirano).

POR TODAS LAS CANICAS… Y LAS CERVEZAS TAMBIÉN
Lo he mencionado antes y lo reafirmo en esta ocasión: R. Israel Miranda Salas es un tipo complicado y un necio al que no todos pueden acceder; habla directo y pocas veces suele alardear de lo que no aspira ser. La colección DESTOS DEME DOS es un reflejo de su camaleónica personalidad pues la unión de todos los títulos se constituye como un claroscuro en que el resulta grato perderse.

Si hasta el número quince la colección parecía haber dado todo su potencial, el décimo sexto libro sorprendió porque tuvo el tino de elegir a un escritor maduro cuidadoso de su oficio: Ramón Méndez Estrada, que con La edad dorada logra reencausar el equilibrio de los madrazos que a la cara estaban tirando los títulos anteriores. Por si fuera poco, la publicación de La aborrecida escuela (Meneses), reafirma que Miranda y Gameros no temen meterse en honduras. Este texto tiene la peculiaridad de describir a la escuela como sólo un pedagogo, un roquero y un poeta pueden hacerlo a través de la misma pluma.

Ideas para volar (Gameros) levanta la energía nuevamente con destellos multicolor que sólo pueden percibirse al leer cada página. Crónicas de virilidad (Tulio Chavarría) y Muro de Silencio (Miranda) cierran el segundo ciclo de forma magistral mostrando no sólo la habilidad literaria de sus autores sino también lo mordaces que pueden ser en cada una de sus composiciones.

PARA CONTINUAR

Cobijados por su convicción a continuar sólo por el hecho de hacerlo, la colección cumple cinco años, cosa que nadie se imaginó no sólo por las condiciones tan complejas para hacer literatura (y más aún poesía) en este país de telenovelas y chismes. Miranda y Gameros no se miden pero tampoco alucinan. Su mirada está puesta únicamente en su capacidad creativa y esa verborrea que les ayuda a detonar el ánimo en aquellos que tienen ganas de publicar sin importar que no sea en los sellos importantes. Por lo anterior, su trabajo como editores ha sido cimentado con fuerza y de ellos depende continuarlo. Para festejar este primer lustro, la colección da a conocer dos nuevos títulos más: Salida de emergencia (Pacheco) y Estallido (Gameros). Y para enmarcar los festejos están próximos a publicarse: Ágata (Jorge Meneses) Tzompantli désta selva cotidiana (Jaime Coello), Chirona, historias de prisión (Oscar Altamirano), Porno para perdedores y otros sucios hábitos (Miranda) y Corazón autista (Gerardo Meneses).

CINCO AÑOS

Así como muchos escritores buscan lustrar su nombre con el respaldo de las grandes editoriales, ganar premios y consolidar sus carreras literarias con becas, existen otros cuyo ánimo por escribir permanece latente sin condicionar sus vidas a las dádivas y el renombre. Esta es la constante de quienes han formado esta colección de poesía. Si en otros lados ya se están fraguando los grupúsculos que darán paso a las “pinches nuevas generaciones de divas literarias” –como las bautizó el editor de Palabras Malditas–, para Israel Miranda y Mónica Gameros el único temor es que al destapar su cerveza o forjar un toque aparezcan más poetas de esos de corte eufemístico.

Si Gerardo Meneses Díaz definió perfecto El monstruo de arriba de la cama con un sonoro: “Este libro es un revólver: ¡Arriba los sueños!”, para la colección DESTOS DEME DOS Poesía de la era del vacío bien puede aplicar: aquí hay un arsenal, destapen las cervezas. ¡Salud!

Héctor A. Ortega